viernes, 1 de agosto de 2008

Una guerra de baja intensidad

Por Ana Fiol



El Movimiento de Mujeres de la ciudad siempre ha estado comprometido con los principios básicos de la lucha para la liberación de las mujeres de condiciones de violencia, es decir, de servidumbre y abuso. Insultos, humillación, violación, palos y muerte.
Mabel Busaniche dice que el feminismo y las luchas de las mujeres, los esfuerzos de tantas compañeras organizadas durante los últimos veinte años, están dando sus frutos en general. Yo creo que, en particular, en el problema de la violencia hay más denuncia y la comunidad se hace cargo de la cuestión de una forma más abierta. Eso es una enorme victoria para el movimiento de mujeres, a la que se suman otras, como la educación sexual y de género en las escuelas y el haber instalado en la esfera pública el aborto legal como un derecho que ya no puede esperar.
El refugio que propone la concejala Adriana Molina es un recurso estratégico en la batalla contra la violencia, una política pública feminista que ayudaría a las mujeres golpeadas. En Inglaterra, el recurso del refugio era importante a la hora de ayudar a una mujer a escapar de su casa y del peligro de morir apaleada a manos de su marido. En Londres mueren dos mujeres por semana, casi todas cuando finalmente los dejan. En la comunidad latinoamericana, formada sobre todo por colombianas y ecuatorianas pobres, las mujeres están a merced del machismo latino tanto como de su destino de sirvientas y/o putas.
Frente a esos niveles de vulnerabilidad y desprotección, los cinco refugios de las organizaciones de la comunidad latina, diseminados por lugares secretos de la gran ciudad, eran muy útiles para mujeres y niños abusados por la violencia doméstica.
El problema de las políticas feministas es que siempre hay que inclinarlas para el lado de las más pobres para que resulten efectivamente feministas. Es decir: hay que construir y gestionar refugios donde más se necesitan.
La pobreza y la violencia doméstica hacen desastres en el cordón oeste de la ciudad. Las mujeres de los sectores populares son las más violentadas, pero además son las más desprotegidas. La justicia y la policía no las ampara ni protege, más bien todo lo contrario.
El maltrato es un delito, nos dice la ley, pero las mujeres del centro escapan sin denunciar y las mujeres pobres no tiene a dónde ir. Refugios para las mujeres de los sectores vulnerables y sus hijos sería a mi criterio una iniciativa correcta, pero el estado está obligado a tomar el toro por las astas y hacer política pública, abordando la cuestión de la violencia doméstica con recursos humanos, dinero e investigación. Se nos explica que no hay datos, que los recursos no alcanzan, la oficina del equipo provincial es paupérrima. Sin estadísticas ni personal, el área no es una prioridad.
La violencia contra las mujeres es una guerra de baja intensidad, interminable, profunda y antigua, contra el segundo sexo. Es tan universal que parece natural considerar a las mujeres seres inferiores. Sin embargo, el Movimiento de Mujeres no se amedrenta por la enormidad de la tarea. El Colectivo La Verdecita está impulsando un protocolo de violencia doméstica a través del sistema de salud. La lógica es simple pero efectiva: las mujeres siempre vamos al médico, por nosotras o por los hijos. Chabela Zanutig quiere que los médicos, los agentes sanitarios, las asistentes sociales y las enfermeras estén munidas de un instrumento que les permita tener presente siempre el problema y registrar a las víctimas. De este modo la violencia no caería debajo del radar del sistema y se juntarían los datos del fenómeno.

Publicado en Pausa #12, viernes 1° de agosto de 2008

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