viernes, 26 de septiembre de 2008

Tres miradas sobre la crisis internacional

Por Juan Pascual

Economistas de diferentes cátedras de la UNL ofrecen sus perspectivas sobre la crisis financiera: cuáles son sus causas, cómo puede impactar a nivel local y qué sucederá de aquí en más con el discurso tantos años repetido.

El rescate estatal de la crisis bancaria e hipotecaria –es decir: la socialización de las deudas privadas– puso en relieve a nivel mundial el carácter profundamente político de las relaciones de mercado: fue objeto de una propuesta ejecutiva de Estado y el centro del debate legislativo estadounidense. Prácticamente un millón de millones de dólares de los contribuyentes norteamericanos (algo así como 10 veces nuestra deuda externa o entre 4 y 5 veces todo lo que todos los argentinos produjimos en todo el 2007) serán aspirados por el agujero negro financiero, sin contar los aportes que también realizan una serie de Estados centrales, que van desde Japón a Canadá, y sin tener asegurada otra cuestión: nadie puede prever si no continuará la caída encadenada de los torpes gigantes financieros.

Al menos desde 1989, a nivel global una serie de enunciados dominaron la escena general del discurso económico, tanto el apuntado a la gran audiencia como el del cenáculo político, tanto el cotidiano como el de la reflexión académica, sea por adhesión u oposición. La ineluctable fuerza de los hechos históricos, pesada como cada trozo de cemento del Muro de Berlín, impulsó ese texto, fondo de legitimación de una economía global signada por el desarrollo de nuevas y complejísimas herramientas financieras y el mando diferencial y dinámico de unas pocas empresas de capital tecnológico.

Pero así como muchos deudores hipotecarios norteamericanos volvieron llamas a sus hogares, que no podían pagar ya desde antes de firmar las hipotecas basura, esos enunciados, en su juego de delimitar qué cosa dicha puede llegar a ser verosímil o no, hoy también se vuelven ceniza. (No obstante, eso no quita que haya que evocar una cuestión elemental: hace mucho tiempo que el discurso neoliberal vive, muy dentro está de nuestro cuerpo y de nuestras prácticas políticas y, además, demasiadas veces ya incumplió con sus deberes y sus promesas, no ya sin mayores apremios o vergüenzas: sin siquiera inmutarse al hacerlo. La triple jugarreta de Cavallo –la estatización de las deudas de varias empresas “amigas” de la dictadura, primero, el corralito, como modo de sostener un sistema bancario y financiero putrefacto de Convertibilidad con los ahorros de la clases no altas, después– quizá sirva de doloroso recordatorio de lo presente y de la peculiar semántica del verbo oficial “desendeudar”).

En busca de reactivar la discusión, de conocer cuáles son las posiciones de quienes en Santa Fe se dedican a pensar la economía y de, antes que nada, tratar de entender un poco mejor este vértigo, enviamos tres preguntas a X profesores de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNL, que nos ayudan con su mirada.

a) ¿Cuáles son las causas centrales de esta crisis? ¿Qué datos básicos puede seguir alguien no muy entendido en economía para poder entenderla y poder seguir su evolución?
b) ¿Qué efectos actuales y potenciales puede producir esta situación en nuestro país y en nuestra provincia?
c) ¿En qué condiciones de legitimación queda el discurso de libre mercado y neoliberal frente a la masiva intervención de los Estados centrales?


NÉSTOR PERTICARARI, Jefe del Departamento de Economía. Profesor de Introducción a la Economía, de Historia del Pensamiento Económico y de Macroeconomía Superior.
a) Si bien se presenta como el estallido de la denominada “burbuja inmobiliaria”, que se va gestando en Estados Unidos a partir de 2001 con la disminución a niveles inéditos de la tasa de interés y el cambio de regulaciones en materia de posibilidades de acceso al crédito hipotecario, y su posterior apalancamiento y transformación en otros instrumentos financieros (básicamente bonos con garantía en esas hipotecas), a mi juicio el origen hay que buscarlo bastante más atrás. Concretamente, en las reformas fiscales y la desregulación al sistema financiero que se producen en la época de Reagan (en los ‘80), que generaron una gran masa de recursos cuyo destino fue la especulación. A ello se sumó la creación de nuevos instrumentos financieros originados en esa desregulación, lo que posibilitó en gran medida el aventurerismo financiero y el fuerte desarrollo de un sector especulativo, que luego experimentaría otras crisis en épocas cercanas (quiebra de Long Therms, la crisis de las punto com, etcétera)

b) Es muy escasamente probable la transmisión a nuestro país de la crisis en la forma en que se observa en los Estados Unidos, sobre todo debido al prácticamente nulo desarrollo, en nuestro país, de un sistema financiero con esas características. Por lo tanto, descartaría corridas bancarias y otros instrumentos de poco grato recuerdo para nosotros (corralito, corralón). Pero eso no quiere decir que no pueda alcanzarnos de otra manera. Concretamente, si se produce una recesión en la actividad económica de los países centrales afecta a nuestra demanda externa con caídas de precios de venta de nuestros productos exportables, lo que afecta a su vez a los superávits comercial y fiscal, bases del actual modelo de crecimiento.

Sin embargo, todavía es demasiado pronto para realizar pronósticos en ese sentido, ya que aún se observa una volatilidad muy alta en precios de productos de alta transabilidad internacional. Valen las mismas consideraciones para nuestra provincia, ya que tiene instalado el polo exportador de derivados de la soja más grande del mundo.

c) Es obvio que el fundamentalismo de mercado –que propugnaron los implementadores y los beneficiarios de los procesos de desregulación del sistema financiero– quedó totalmente fuera de lugar, ya que los costos del salvataje son inmensos. En el caso de Estados Unidos, aparentemente irá sobre la espalda de los contribuyentes, y encima de la clase media, ya que los ricos siempre tienen reformas impositivas a su favor en las administraciones republicanas (Reagan, Bush y Bush). Si bien no se espera una revolución teórica en la economía, al estilo de la que planteó John Maynard Keynes en la década del ‘30, en estas circunstancias el paradigma de desregulación y mercados “sabios” asignando el riesgo quedó herido de muerte. Estos son casos claros de asimetría de información entre los participantes en estos mercados. Se impone en esas situaciones una vuelta a las tradicionales medidas de regulación de los mercados financieros, camino que aparentemente ha comenzado a recorrerse con la desaparición, por absorción o quiebra, de los principales bancos de inversión.

ALBERTO PAPINI. Profesor de Desarrollo Económico.
a) Para entender estos casos debe recordarse que la demanda de dinero reconoce en la teoría económica tres motivos: transacción, especulación y precaución.

Si todo el dinero se destinase al mercado de transacciones y no existiera capacidad de acumulación por parte de ningún agente, estos desequilibrios no se producirían. Pero el capitalismo no funciona así, y menos en la actual etapa. Hoy existen enormes masas acumuladas en los mercados especulativos, produciendo continuos desequilibrios al ir del mercado inmobiliario al petróleo o a los cereales, alterando los precios en forma constante.

En este caso específico (que es uno más dentro de las crisis financieras recientes: sudeste asiático, tequila, vodka, etcétera) hay una clara irresponsabilidad de las autoridades monetarias y bancarias en el inducir préstamos en base a un valor inmobiliario “inflado” por la especulación financiera, los que, además, contaban con alto riesgo de incobrabilidad.

Eso es una burbuja que implota y que sólo se mantiene con la inyección de dinero por parte de organismos públicos, que salen a rescatar la irresponsabilidad de los gurúes del mundo financiero especulativo.

b) El efecto dependerá del grado en que esta crisis afecte al resto del sistema bancario. Si la intervención pública logra que no se expanda al resto del sistema bancario, será una crisis más y pasará. Si se expande al resto, y luego al mercado real internacional (más allá de lo que suceda en Estados Unidos), sus efectos pueden ser perjudiciales al disminuir la demanda internacional y disminuir la fase actual de crecimiento. Aunque no se puede hacer futurología, sólo digo debemos estar atentos y tomar las medidas oportunas, manteniendo en el país un adecuado manejo de las cuentas fiscales y del sector externo, regulando lo que sea necesario regular.

c) El neoliberalismo no se cuestiona su legitimidad porque la ética está ausente en el planteamiento neoliberal, cuestión que sí era importante el pensamiento clásico.

El discurso mediático seguramente tratará de personalizar el error y de decir que tal o cual funcionario fue el culpable, y no se preguntará otra cosa. Aunque esto demuestre que sin la intervención pública el sistema no se mantiene, ese discurso dirá que las malas intervenciones públicas fueron el problema. Por otra parte, el tema no sólo es quién lo dice y qué dice, sino quién lo lea.

FRANCISO SOBRERO. Profesor de Evaluación de proyectos.
a) Si bien el antecedente lejano del escenario actual es la declaración de inconvertibilidad del dólar (10 de agosto de1971) y su devaluación del 10% frente al oro, las condiciones de esta “enorme burbuja” especulativa se generan a fines de los ‘70 con el inicio de la desregulación extrema del movimiento internacional de capitales y la persistente retirada de los Estados nacionales de sus funciones de conducción de política macroeconómica y de control de variables relevantes.

Paralelamente, en el mundo de la economía real, se profundizó el predominio hegemónico del capital financiero sobre otras formas del capital (el industrial, por caso).

El primer peligro de este cambio es la presencia de enormes masas de capital líquido, concentradas en cada vez menos operadores, en condiciones de violentar la estabilidad relativa de mercados diversos, ya sean países, comoditties, o competidores. Esta desregulación, sumada al fenómeno de globalización de las tecnologías de la información y comunicación, transformó las antiguas especulaciones locales en un fenómeno global (en 1992, Soros especuló contra la libra y la derrumbó, ganando la friolera de 9.000 millones. El Long Term Capital Management, con dos premios Nobel de Economía en su directorio –Myron Scholes y Robert C. Merton–, promovió arbitrajes entre bonos y distribuyó dividendos 10 veces superiores a las “ganancias capitalistas normales”, durante 3 años, hasta que se derrumbó. El petróleo cuadruplicó su valor en 18 meses. Luego la soja... y así).

Las luces amarillas sobre la crisis se ven desde hace dos décadas (caída de las sociedades de ahorro y préstamo en Estados Unidos en los 80, derrumbe del LCTM en el 98, colapso de las empresas de la “nueva economía” en los 90). Todo ello en el marco de crisis que hicieron estallar países que siguieron las recetas (Thailandia, Turquía, Rusia, Argentina). Hoy, cinco naves insignia del capitalismo global hacen agua. Tres grandes compañías (Bearn Stearns, Merril Lynch y Lehman Brothers), a la lona. Las dos restantes (Morgan Stanley y Goldman Sachs) a punto de caer si no se socializan sus pérdidas. Es decir, si Bush no las pone “sobre las espaldas de los plomeros y los carpinteros Norteamericanos” (y también sobre otros pobres del resto del mundo).

b) Habrá consecuencias para la Argentina y para la provincia, pero no son ineluctables. Depende de lo que se haga en el pago chico, en el país y también del rumbo que se adopte afuera. Nuestra posición frente a la crisis es de gran fortaleza. Todo lo que la satrapía denominó “problemas argentinos” hoy son fortalezas, capacidades y una oportunidad para resistir la crisis. Más que nunca el escenario internacional permite –y reclama– continuar el desarrollo fortaleciendo el mercado interno, el empleo, la distribución del ingreso y la integración regional. Esto depende de la gestión de gobierno, de su lucidez estratégica y de la capacidad de resistir la mediocridad de miras del poder económico, que está obnubilado por su estrechez ideológica y su incapacidad de pensar el largo plazo.

c) Las instituciones financieras están abarrotadas de “economistas”, financistas, arbitristas, analistas y toda una fauna variopinta de explicadores de crisis… ajenas, como la de Argentina. Hace apenas una semana uno de estos cagatintas agredió las decisiones de política económica local con motivo de la cancelación de la deuda con el Club de París (calificó al país como “defaulteador serial” y otras lindezas por el estilo). Nada de lo sucedido inhibe a nuestro coro de repetidores y alcahuetes de reproducir a pie juntillas las sabias recomendaciones de los “analistas internacionales”. Ya aburre por repetitivo el sonsonete ideologizado. El verdadero problema argentino no está en el Papa sino en los papistas. Este conglomerado de Académicos Vulgares, de divulgadores a sueldo, de medios monopólicos, parece inmune a la realidad. Peor aún, están sus repetidores de segundo orden, que padecemos en estos lares.

Está en deuda la Academia, con debate escaso. Están en deuda los medios de prensa, que dan status de ciencia a las opiniones de los sátrapas financieros. Está en deuda el gobierno, con mora en generar medios plurales de comunicación...

Llevará un buen tiempo poner las explicaciones sobre sus pies. No obstante, no todo está perdido. En el fondo se escuchan murmullos, ruidos a veces. Parece haber comenzado un incipiente clima de debate, débil, desorientado, pero debate al fin. Es signo de vida.

Publicado en Pausa #20, 26 de setiembre de 2008.

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viernes, 19 de septiembre de 2008

Toda empresa es política

Por Juan Pascual

La oficina del Organismo Nacional de Administración de Bienes (Onabe) en Santa Fe estaba ubicada sobre la calle Santiago del Estero, cerca de avenida Rivadavia. El Onabe es la entidad del Estado nacional encargada de la administración y resguardo de los bienes públicos que no están afectados directamente a las actividades del Estado. Por ejemplo, todos los bienes del complejo ferroviario, concesionados a diversas empresas privadas. En 1998, cerca de siete años después de iniciadas las privatizaciones, la Sindicatura General de la Nación (Sigen) tasó esos bienes en un total de 30 mil millones de dólares. O sea, en ese momento el valor total de los predios del ferrocarril –en donde, entre muchas otras cosas, hay rieles, durmientes, vagones (de pasajeros y de carga), casas, estaciones de muy diverso tamaño, locomotoras, señales, barreras de paso a nivel, herramientas, insumos en los depósitos, depósitos, tierra libre y ocupada, escritorios, cocinas, camas, inodoros y hasta (y sobre todo) relojes– era prácticamente equivalente a la cuarta parte del total de la deuda externa.

La zona bajo el control de la agencia local del Onabe comprendía, también, parte de Chaco, Santiago del Estero, Misiones y Formosa. Cuatro años después de la valuación realizada por la Sigen. la oficina de Santiago del Estero tenía un empleado solo (que hacía las veces de su propio jefe), y sólo un vehículo: una camioneta. La camioneta estaba fundida. Y la última recorrida general de inspección por toda la jurisdicción se había hecho en 1997.

La historia de la destrucción del sistema ferroviario ofrece varias escenas para la narración de los últimos veinte años. Entre ellas está la reciente quema de vagones de la línea Sarmiento, en reacción al deplorable servicio.

Otras dos surgen de una primera selección: la repetida y falaz mención del “millón de pesos diario” que le costaban los trenes al Estado y el ahorcamiento de la protesta de los trabajadores con el “ramal que para, ramal que cierra”; dos enunciados centrales dentro del proceso de privatizaciones de las empresas del Estado. Proceso cuyas bases se trazaron entre 1989 y 1999 y que, con las diversas renegociaciones de contratos, continúan hoy (exceptuando las estatizaciones del Correo y de Aerolíneas, ambas causadas más por dos volantazos coyunturales –la disputa con el macrismo; la reacción posterior al conflicto por la renta agraria– que por un plan organizado). Proceso que entregó al sector privado el control estratégico del Estado sobre actividades que funcionan como reguladores generales de la economía. Actividades que, fuera de las ya mencionadas, comprenden a YPF, la mayor parte de las áreas centrales y secundarias de explotación de hidrocarburos, la siderurgia y la petroquímica, la generación, transmisión y distribución de la electricidad, el transporte y distri­bución del gas, lo más importante de la red vial, el dragado y balizamiento de la hidrovía del Paraná, los aeropuertos, la telefonía, el espacio radioeléctrico (Gabón y Burkina Fasso son los otros dos países que obran en el mismo sentido), los puertos principales, gran parte del agua y las cloacas, diversas plantas de fabricaciones militares, diversos bancos provinciales…

Pasado en limpio: el problema fue planteado como un cruce entre la variable de costos (primer enunciado) y la de eficiencia (segundo enunciado). La empresa del Estado, se argumentaba, era cara e ineficaz. No hay aquí ninguna sagacidad: en 1991 Carlos Menem, en su mensaje de apertura de las sesiones legislativas, indicó con precisión que “Con las privatizaciones –que deberán perfeccionarse en su instrumentación, también gracias a la clara participación de vuestra honorabilidad–, apuntamos a eliminar los fabulosos déficit fiscales, surgidos de un sector público que asignaba mal sus recursos y que alimentaba estallidos inflacionarios”. Sin embargo, para desarmar el discurso privatizador –problema político elemental, en vista del evidente, sonoro y estructural fracaso de la gestión privada, bajo control estatal, de las empresas públicas– no alcanza con replantear el criterio de medición sobre esos costos y esa eficiencia.

No es tan preciso entender, por ejemplo, que en un camión viajan dos personas, como en la locomotora, pero que la cantidad de acoplados se multiplica por 25 o que, en igual sentido, un tren puede llegar a transportar 1000 pasajeros, igual que 25 colectivos. Que el tendido de una línea férrea ocupa una franja de terreno de 20 metros de ancho, siete veces menos que una autopista. O que una vaca transportada en el ferrocarril tiene el 10% del desbaste, la pérdida de kilos del animal en el transporte por el shock y el stress, en relación al traslado por ruta (por día eso suma toneladas). Ni que el transporte de la tonelada de cereal cuesta, desde el norte de la provincia al sistema de puertos de Rosario, aproximadamente un 50% menos por tren que por camión. Tampoco es necesario medir lo que implicaría en costos el aligeramiento del volumen del parque automotor, tanto en lo referente al mantenimiento de caminos como de vidas humanas. Ni es suficiente recordar el históricamente superlativo gasto que actualmente le supone al Estado subsidiar a las empresas concesionarias del ferrocarril. Decir que tienen la ganancia asegurada es poco: en 2007 el 75% de sus ingresos totales provinieron de fondos públicos.

Todas estas cuestiones son, acaso, secundarias. Números aproximados: tras más de quince años de privatizaciones se despidieron 81.100 trabajadores ferroviarios: de 98.100 pasaron a 17.000. En cada empresa privatizada la reducción de personal fue regla. Algunas, en el movimiento, incorporaron tecnología, otras –como en el caso de ENTel– tomaron provecho de sospechosas actualizaciones de último momento, la mayoría se dedicó al estancamiento y el desguace. De cualquier manera, la variable final del ajuste en pos del incremento de la productividad (allí el problema de los costos y la eficiencia) recayó sobre el trabajo. El silencio indiferente, no sólo sindical sino general, que acompañó a esa sangría de humanos posee una magnitud proporcional a la furia incendiaria de quienes viajan peor que el ganado. (Es lógico: el reverso del vacío de la palabra política suele ser la acción espasmódica de la turba iracunda).

El punto no es tanto cómo las empresas privatizadas pueden funcionar mejor, sino cuál es el escenario que supuestamente vinieron a superar y al cual jamás, bajo ningún otro sentido y de ninguna nueva forma, se debería volver. Allí está el sostén del discurso privatizador: en la amenaza que vendría a anular.

El resultado negativo del cruce de las variables de costos y eficacia se superpuso sobre una suerte de único agente causal –el Estado (como institución en sí misma) y sus trabajadores–. Tal superposición todavía posee una legitimidad inexpugnable.

Es desde este lugar que se considera que inevitablemente una empresa privada, por su naturaleza, va a gestionar mejor que el Estado. Paralelamente, no habría modo ni manera de que desde lo público se pueda administrar acertadamente nada. Así, el mando estratégico del Estado sobre la economía –hasta sobre la defensa nacional– se restringe al mantenimiento de los entes de control (por lo general parecidos al mencionado al comienzo), bajo la estúpida creencia suplementaria de que la mejor forma de controlar no es el gestionar propiamente dicho. Dicho de otro modo: no se trataba tanto de privatizar el Estado (sede estructural de intereses corporativos, sectoriales y de clase) como de quitar cualquier rastro o implicancia de lo público en el mercado (excepto en el mantenimiento de amistosas prebendas y abultados subsidios). Esto alcanzó tanto a la competencia de las empresas como, quizás, a la competencia electoral: el sistema de partidos políticos.

La recuperación del mando económico en términos de una gestión eficiente requiere superar la creencia de que los movimientos del mercado no se corresponden con decisiones políticas. Requiere recordar que todo hecho económico es también hecho político. Y, por tanto, requiere imaginar que una vía de reformular el mercado sea, justamente, politizarlo de otro modo. Un modo que anude en un cuerpo la gestión y el trabajo, con el hilo rojo de historia que enlaza a los desocupados de ayer con las empobrecidas reses humanas de hoy.

Publicado en Pausa #19, viernes 19 de setiembre de 2008

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viernes, 12 de septiembre de 2008

Instrumentos para la etapa que se viene

Por Alejandro Horowicz

No nos presentamos ante el mundo oponiéndole doctrinariamente un principio nuevo y diciéndole: “Esta es la verdad arrodíllate”. Deducimos de los principios mismos del mundo otros nuevos. No le decimos apártate de tus luchas, que no tienen sentido, nosotros te daremos la verdadera consigna de lucha. Sólo le mostramos por qué lucha, ya que la conciencia de esa lucha es algo de lo que se tiene que apropiar, quiéralo o no. Carlos Marx

Tras la derrota parlamentaria el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner parece mucho más inconsistente. Perder en el terreno que el gobierno eligió para dar la batalla catalizó reprimidos síntomas de descomposición política, por tanto, cabe preguntarse si el conglomerado que orbita en derredor del ejecutivo logrará o no volver a funcionar sin excesivos tropiezos, si la lógica K proseguirá su marcha recuperando la perdida iniciativa política, o si de aquí en más el palo en la rueda –con la fricción que tal resistencia supone– será parte del nuevo modus operandi del bloque agrario; y por último, es preciso saber si, tras la victoria, la burguesía agraria sigue sola, o si se constituirá en punto de recomposición de la política nacional. En suma, si la victoria parlamentaria pondrá fin a la cara legal del conflicto para retomar recursos ilegales como el corte de ruta, o si el bloque campero –una vez marcada la cancha– participará de una reestructuración del espacio parlamentario, a partir de sistematizar el mecanismo transversal que le aportó la estratégica victoria del 17 de julio.

DOS TÁCTICAS DEL BLOQUE AGRARIO. Desde el momento en que el bloque encabezado por la Sociedad Rural resolvió cortar las rutas de aprovisionamiento de los grandes centros urbanos, la movilización burguesa combinó instrumentos ilegales con métodos legales. A nadie se le escapa que cortar la libre circulación de mercancías y personas configura un delito tipificado en el Código Penal, que el gobierno nacional es el garante del artículo 14 de la Constitución Nacional, y que el normal funcionamiento de la sociedad –económico, político e institucional– depende de su cumplimiento.
No deja de llamar la atención que en un país donde casi todos los abogados se arrogan potestades de especialistas en Derecho Constitucional, ninguno se haya pronunciado por el inmediato cese del bloqueo a los grandes centros urbanos. La presidenta –que también es abogada– se limitó, en diversas oportunidades, a pedir –con tono muy circunspecto– que dejaran circular bienes indispensables, mientras los piquetes determinaban –como poder enfrentado con el poder constituido– quién pasaba y quién no.
El impacto de la política de doble poder ejercido por los epígonos de la Sociedad Rural se hizo sentir en primer lugar en la filas del propio gobierno. Basta mirar geográficamente la votación para comprobar que en Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y Chaco la mayoría de los diputados votaron contra la resolución 125. Sólo la provincia de Buenos Aires resistió el embate. Sin embargo, Felipe Sola –ex secretario de Agricultura y Ganadería del gobierno de Menem, y gobernador K hasta hace pocos meses– lideró los 15 diputados que cambiaron de querencia. Dicho con matemática exactitud: transformó una holgada mayoría parlamentaria en una ajustada mayoría circunstancial.
Pero la dimensión de la hemorragia política, el brutal cambio de relaciones de fuerza, provino del Senado: doce elegidos en la boleta oficialista saltaron la tranquera. Para que se entienda: la votación que podía haber concluido 48 a 24 terminó 36 a 36, y el tembloroso desempate –a manos del vicepresidente– terminó con un gol en contra que arrasó el armado político de los Kirchner.
Retomemos el hilo. Es inevitable recordar que el ascenso K durante el 2003 –de la mano de Eduardo Duhalde y el PJ de la provincia de Buenos Aires– obligó a los Kirchner a incluir en las listas parlamentarias un mix cuya lealtad no podía no ser opinable. Aun así, esto no presentó mayores complicaciones parlamentarias. Ahora, las listas construidas pieza por pieza a partir del 2005, que terminaron incluyendo a un radical K en la fórmula presidencial, las que surgieron de la abandonada transversalidad y del restablecimiento del agónico Partido Justicialista, esas les estallaron a los Kirchner en la cara.

LA NATURALEZA DEL CONFLICTO. La resolución 125 del Poder Ejecutivo establecía las retenciones móviles. En rigor de verdad, las retenciones modifican la paridad cambiaria: la relación peso dólar ya no se determina en el despacho del presidente del Central. Antes del 2001 la convertibilidad dejaba al Banco Central sin política monetaria, al organizar un sistema de paridad fija –un peso, un dólar–. La combinación entre precios internacionales sin demasiado glamour y esa política cambiaria resultó terrible para los productores agropecuarios. A tal punto que un agudo comentarista sostuvo que para ejecutar la reforma agraria bastaban las carpetas de morosos en poder del Banco Nación. La deuda impaga hacía posible confiscarles el campo, y si tal cosa no sucedió fue por decisión de Roberto Lavagna, en aquel entonces ministro de Economía, conjuntamente con Felisa Miceli, en aquel entonces presidenta del Banco Nación, bajo la atenta mirada de Néstor Kirchner.
Los productores lo recordaron, y cuando hubo que elegir presidente en el 2007 votaron en masa por Cristina Fernández. Pero si bien habían sido ayudados a salir del fondo del pozo de la mano del gobierno, no eran exactamente los beneficiarios principales de su política agropecuaria.
Conviene recordar que las entidades financieras gozan de inusitados privilegios: el primero, las transacciones financieras no pagan impuesto, por tanto terminan siendo competidores imposibles de batir, ya que sus antagonistas si pagan impuestos. Para que se entienda, si un pool de siembra está organizado desde una entidad financiera, está en condiciones de alquilar tierra pagando un canon más elevado, ya que puede repartir la carga impositiva con su asociado, elevando así la renta percibida por el propietario en concepto de alquiler. Si a esto se añade la escala productiva, y una disponibilidad de caja que permite comprar a precios inferiores –recordemos que los productores medianos y chicos sólo tienen dinero en el momento de la cosecha–, sin olvidar que no es lo mismo vender 4.000 toneladas de soja –que es lo que produce un campo de 1.000 hectáreas en la Pampa Húmeda– que 400.000 –que es lo que produce el alquiler de 100.000 hectáreas–, es claro que el pool de siembra se queda con la mayor tajada del negocio productivo.
Por otra parte, los acopiadores pagan discrecionalmente a los productores, sin mayores controles por parte del Estado; les basta manifestar luego el destino de su compra –la exportación de soja tiene una retención 15 puntos mayor que su compra para transformarla en aceite– para quedarse con la diferencia. Dicho sintéticamente: en los dos extremos, pool de siembra o comercio exterior, estaba y está la crema del negocio, y los productores la ven pasar sin arrimar el bochín.
Y una última cuestión: los propietarios de extensiones menores a las 400 hectáreas, fuera de la Pampa Húmeda, no tenían ni tienen más remedio que alquilar la tierra en las condiciones impuestas por el pool, ya que no están preparados para explotarlas directamente por falta de capital.
De modo que la última suba de precios internacionales les permitía arañar –a los más chicos– un fragmento de la renta extraordinaria que los independizaba relativamente de los grandes jugadores del sistema. Con esa ilusión se lanzaron a los cortes. Y por cierto fueron burlados.

EL NUEVO ESCENARIO. Los precios agrarios internacionales subieron a caballo de la incorporación de China e India al consumo, y de la burbuja financiera organizada por la especulación de los mercados a término. La crisis global –conviene recordarlo– se inició en derredor de las empresas puntocom, que primero crecieron hasta alcanzar valores exorbitantes y luego se derrumbaron por debajo del piso histórico. Después la burbuja se desplazó hacia las empresas destinadas a proporcionar crédito a las constructoras, y el efecto dominó de la crisis no sólo arrastro a las constructoras, sino a los bancos que adquirieron los créditos menos seguros, primero, a los bancos involucrados en los negocios inmobiliarios, después, y a los grandes bancos, finalmente; y esto no sólo sucedió en los Estados Unidos, sino que golpeó también el corazón del capitalismo europeo.
La crisis prosigue su marcha, hoy la burbuja financiera dejó de traccionar los precios del petróleo y la soja. Los precios dejaron de crecer, el dólar se sigue devaluando, y nadie puede saber hasta dónde se caerán. La teoría enseña que todas las burbujas –más bien temprano que tarde– explotan. Cuando sucede tal cosa, los precios se derrumban y en ese mismo instante aparece otro gran negocio: comprar por monedas lo que antes costaba una fortuna. Es decir, las hectáreas argentinas que alcanzaron los precios de Wisconsin con suerte conservarán las de Santiago del Estero. Y el pool que hasta hoy hizo negocio alquilando, podría terminar adquiriendo la tierra por el valor de una cosecha como la del 2007.
Sin embargo, conviene no adelantarse tanto a los hechos. Es decir, consideremos la escena local. Una pregunta golpea con insistencia: ¿qué cambió en los últimos seis meses para que un gobierno surgido del voto popular haya perdido semejante caudal de capital político?
La respuesta no es simple. Entre 1976 y el 2001 un proyecto político y económico se ejecutó con implacable sistematicidad: la reprimarización de la economía argentina. José Alfredo Martínez de Hoz fue su autor intelectual y Domingo Cavallo su mecánico circunstancial. Ese proyecto transformó al bloque de clases dominantes en un conjunto de rentistas con unos 200.000 millones de dólares radicados en el sistema financiero internacional. Es una clase dominante que no necesita ser una clase dirigente, le bastan sus rentas y los negocios circunstanciales.
El estallido del 2001 impidió que el sistema prosiguiera su marcha, y para salir del fondo del pozo todos los caminos que reavivaran la actividad económica parecían excelentes. Los instrumentos que permitieron salir, los instrumentos del “éxito”, ya no sirven para proseguir. O el viejo programa sigue su curso o se constituye uno nuevo: pues bien, mientras el viejo no sea reemplazado sigue vigente, y los valores que este programa cristalizó –los valores compartidos del menemismo líquido– pueden sintetizarse en una oración: la política es la continuación de los negocios por otros medios. La posibilidad de un nuevo negocio rápido –crecientes precios agrarios– cambió la percepción de los dueños de la tierra. Y los que nada poseen no hacen política propia –¿alguien vio a la clase obrera en este conflicto?– y tampoco tienen una percepción distinta. Entonces, si eso es así, si el único programa es hacer caja, sólo se trata de saber si la caja la hace el Estado aumentando las reservas del Banco Central, o la hacen los particulares incrementando sus acreencias en el mercado financiero internacional.
Los defensores del viejo programa salieron a la calle y ganaron la primer batalla, es preciso saber si el gobierno lee adecuadamente el problema y se prepara para la segunda, o si con este correctivo le resultó suficiente. Si no hay segunda batalla, el sistema político probablemente no se modificará sustancialmente, en cambio otra batalla requerirá de otros instrumentos.
Publicado en Pausa #18, viernes 12 de setiembre de 2008

Negocios son negocios

Por María Claudia Albornoz
En abril del 2003 despertamos de la peor manera, con el agua al cuello, dándonos cuenta de que aquellas políticas que no están pensadas para la gente, están pensadas para hacer... negocios.
Esos negocios nos matan, nos enferman y nos atrasan como ciudad.
Las obras públicas que no son discutidas, consensuadas y controladas por los vecinos nos provocan más daños que beneficios y terminan contribuyendo a los negocios de los gobiernos de turno.
Las inundaciones son un gran negocio: se realiza una obra de defensa contra inundaciones, se deja abierto un tramo, se inunda la tercera parte de la ciudad, se declara la emergencia por catástrofe, se piden préstamos y subsidios para hacer las obras de cierre del anillo de defensa... pero no se colocan bombas extractoras y se vuelve a inundar la ciudad: negocio redondo.
Se proyectan barrios sin servicios, no se piensa ni en la salud ni en la educación de los vecinos porque estamos fuera de sus negocios.
Pasaron cinco años y los inundados fuimos descubriéndoles los negocios a los inundadores y nos fuimos organizando para denunciarlos, pusimos carpas, marchamos con antorchas y nos plantamos exigiendo justicia porque entendimos que sólo con impunidad es posible que hagan estos negocios.
En Santa Fe son muchos los grupos que se organizan para denunciar los negocios que hacen los gobiernos en contra de la gente y para, desde la dignidad, hacernos cargo de nuestra historia. Grupos de mujeres que luchan por la soberanía alimentaria y denuncian la sojización; mujeres que denuncian la trata de personas y se organizan para cuidarse del maltrato; hombres y mujeres luchando por obras públicas para el oeste; vecinos y vecinas que luchan contra la impunidad y por la justicia y denuncian a los genocidas.
Porque no hay nada peor, para los que hacen negocios a costa de la gente a través de sus cargos públicos, que la organización de las ciudadanas y ciudadanos luchando, denunciando, controlando y proponiendo para poder vivir dignamente.
Publicado en Pausa #18, viernes 12 de setiembre de 2008