viernes, 7 de noviembre de 2008

Teología y AFJP

¿Qué hay detrás de la consigna “basta de política”? El autor sugiere dos respuestas: dictadura y menemismo.

Por Juan Pascual

Las pesadillas políticas que la fácil y mala ciencia ficción ingenia deben su poca verosimilitud a los ángulos rectos con que delinean sus fantasías: son muy cuadradas para ser arte. Torpemente, esas pesadillas plantean una causa única, opresiva e identificable, para una serie ilimitada de fenómenos desastrosos, que existen sólo como efectos.

Sin embargo, el modelo de ese infierno, el motivo de esa forma de narrar, es muy antiguo (acaso ancestral, milenario, fundante) y más eficaz que las amenazas de la ficción científica berreta. En este modelo, la causa estipulada como fuente de todo efecto, la causa única presente–más allá de (y gracias a) las variaciones– tiene un nombre corto y conocido. Es el Mal (con mayúscula). La construcción mítica del Mal es uno de los ejes de la argumentación política. Detrás del Mal, de la amenaza, está el cercano infierno, del cual hay que defenderse.

Desde los cielos sale la línea paralela a la del Mal: la que se halla en su reverso. Es la imaginación de un mundo carente de todo tipo de roce y fricción. Todos aquellos que estén allí son salvos, nada les faltará: serán completos como círculos. No se trata del Edén, ya que la culpa (si originaria, mejor) sigue siendo necesaria en esta gramática. Se trata de un mundo anterior al castigo a Babel, en el que todos somos una unidad y nadie discute, pues hablamos el mismo lenguaje. Un mundo del Bien.

Pero cuando se es soñado por este tipo programa político, sólo una opción es posible: la eliminación de los conflictos en pos del Bien. En breve: el conflicto (y toda acción que lo produzca) es el Mal; el Bien es la ausencia del conflicto (y toda acción que de éste nos defienda).
Bien y Mal se complementan, en tanto se crea que los conflictos vienen dados por un algo, un otro, una cosa externa y extraña (la subversión marxista leninista, el terrorismo islámico, los movimientos populares, el Mal), que viene a alterar lo que naturalmente es beato (el occidente cristiano, los defensores de la libertad, el mercado, el Bien). Esa clave política y teológica obtura una cuestión básica: los conflictos se producen por la lógica misma de las relaciones en la que los mismos conflictos se encuentran.

Son las características de origen (génesis), las redes y posiciones existentes (estructura) y la variación de los movimientos (dinámica) de las relaciones sociales las que construyen y son construidas por los conflictos, las contradicciones, las diferencias, las diversidades, las subversiones. Soñar un Mal y un Bien puros, a erradicar o a imponer en la sociedad, es continuar bebiendo sangre de los otros, que no son los nuestros, hasta volverlos cadáveres, si es necesario.
Sin embargo, lo político también se relaciona con los momentos en que sí se percibe que el conflicto es inmanente a la sociedad. No sólo eso: que el conflicto es productivo para la sociedad. Que del conflicto viene la innovación, la posibilidad: lo impensado. Y que desde el conflicto puede surgir un ejercicio de la justicia que no demande tanto exterminio.

En la última contienda de local que tuvo a Alfio Basile como DT de la Selección, el director de cámaras de la transmisión desde el circo de River supo detenerse varias veces, de ostensible y explícito modo, en una bandera colgada de la platea. Con visible letra negra rezaba: “Basta de política”. Era el símbolo de la Argentina el que repudiaba a la política, en el centro del espectáculo cultural más multitudinario, festivo, nacional y comunitario del país: el de los gladiadores. La eficacia simbólica del gesto radica en la forma teológica de ese Bien y ese Mal allí presentes.

Hay que defender al país de la política.

Nuestra historia reciente reconoce dos versiones en las que este repudio cobró efectividad. La primera entendió que el Mal se adhería a los cuerpos. Entonces, seleccionó 30.000 humanos, incluyendo nonatos, los enlistó, los secuestró, los mantuvo cautivos, los torturó y luego los desapareció, siempre en defensa del Bien: una sociedad segura (estos es: más que sin organizaciones armadas, sin política de base) y una democracia de libertad mesurada y sin excesos (traducido: de gobierno determinado por la caótica dirigencia de los sistemas corporativos de defensa del capital). Y la segunda versión entendió que lo que hay que licuar son las relaciones sociales desde las cuales surgen los conflictos. Que hace falta mucho más que matar. Que la respuesta requiere una activa política del Estado en pos de que el mercado pueda actuar en su plenitud sirviéndose libremente de la potencia de lo público y lo privado.

Y esa es la diferencia crucial de la economía de la dictadura y del menemismo. Para el gobierno militar el achicamiento estructural de la fuerza pública –vender YPF– era un límite. Límite que, justamente, hace visible todo lo que entrañó la reforma del Estado –privatizaciones–, el fin de la promoción industrial y la apertura externa a las importaciones –destrucción de la vetusta industria local–, la pérdida de la soberanía monetaria –conocida como convertibilidad– y la transformación del sistema previsional –las AFJP, regulación inseparable del déficit y el aumento exponencial de la deuda externa.

La construcción de ese Estado para el mercado se hizo en nombre de la modernización y de la defensa de la libertad. El Bien fue el ajuste final de lo que era ser un ciudadano postdictadura a lo que es, en los 90 y hoy, ser un consumidor (des)empleado. Y el Mal fue lo que detenía la libertad de lo económico. Como todo fue una fiesta de crédito, viajes al exterior y licuadoras, no faltó el promotor audiovisual que se regocijase curtiendo a los docentes, jubilados, empleados del Estado o, luego, piqueteros que indicaban, sin error alguno, la ineluctable proximidad del 2001.

En el “basta de política” hay que reconocer la voz de esa política constituida. Es decir, el odio al conflicto, en tanto odio al otro. No es el “que se vayan todos”: la consigna, rodeada de asambleas populares y barriales, ONGs, fábricas recuperadas y organización de la gestión piquetera, apuntaba a los problemas de la representación y de la participación directa. “Basta de política” apunta más lejos: es la (teológica) forma política de asfixiar la política. Eso significa dos cosas: dictadura o menemismo. Más bien, una sola: dictadura y menemismo. Hoy, eso es seguridad policial “dura” y jurisprudencia “firme” a medida de las leyes del mercado.

También eso que ahí se llama “la política” está discutiendo la recuperación de las cajas previsionales. Se trata del fin de una aberración reconocida casi por todo el arco partidario. Las AFJP no cumplieron ninguno de sus legítimos objetivos financieros: jamás aliviaron de su carga al Estado, nunca abrieron un mercado para capitales productivos, no les interesó –no necesitaron de– la inscripción de los trabajadores en negro. Ni ofrecieron mejores jubilaciones, ni podrían haberlas ofrecido jamás. Sí fueron efectivas en el cobro de las comisiones, usurarias por lo demás.

Nótese la dimensión. Las rutas estuvieron cortadas más de 100 días en una puja por la distribución de no más de 2 mil millones de pesos. Hoy, en la cartera de las AFJP están los bancos Macro, Patagonia y Galicia, grandes proveedoras de luz y gas, Molinos, Metrovías, Telecom, el grupo Clarín, por ejemplo. Las AFJP, funcionando como ordenado oligopolio, son el principal accionista de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires: una gota en la tempestad internacional, que en el pago chico moja y mucho. El Estado nacional puede comenzar a recibir un flujo anual de poco más de 14 mil millones, más un total aportado que supera los 80 mil millones de pesos. Eso significa también que puede liberar ingresos de la masa de impuestos comunes que hoy utiliza para pagar las jubilaciones, y darles otro uso (o coparticiparlos).

Hace 15 años que “la política” no tiene una oportunidad como ésta para reconstruir lo público. Eso comprende al oficialismo, la oposición y los diferentes movimientos sociales. Y eso demanda, primero, que el gobierno abra el proyecto a la discusión, evitando genuinamente cualquier defecto técnico en la forma del debate o de la letra. Luego, requiere afinar la capacidad imaginativa para producir un instrumento legal que regule no sólo la intangibilidad de una gran caja de aportes, como garantía de mejores jubilaciones, sino la movilidad de un fondo que se valorice financiando la producción y la obra pública. Y, finalmente, obliga a dejar de lado las acusaciones que no comprenden que la oportunidad del retorno de las cajas al Estado supera la contingencia de cualquier gobierno. Porque por delante hay un conflicto que hoy en lo financiero transciende nuestras fronteras y que en lo demográfico y laboral presenta un problema inédito: la estructural y creciente falta de aportantes para el aumento de los beneficiarios.Ese conflicto no será productivo si se evita o se bastardea la discusión actual. Y lo que se opone a la productividad del conflicto es lo mismo que aviva su demonización: el juego del Bien y Mal, la política teológica.

Publicado en Pausa #26, 7 de noviembre de 2008.
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