sábado, 15 de noviembre de 2008

Seguridad y distribución del ingreso

Por Miguel Antonio Rodríguez

Por estos tiempos es un lugar casi común que los medios refieran al tema de la “inseguridad” como eufemismo de la violencia (en la forma de delito) con más o menos honestidad, con más o menos fortuna, pero casi normalmente –dadas sus necesidades, ya que el tiempo periodístico es un déspota prácticamente inhumano – con escasa capacidad de análisis.

Tanto las crónicas periodísticas como las declaraciones de funcionarios, y hasta las manifestaciones de especialistas, son prácticamente calcadas y presentan una deficiencia algo grave: no arriban a criterios que puedan producir solución alguna, con paupérrimas afirmaciones como “es un problema complejo” o “profundo” –dicha sin exponer en qué consiste esa complejidad o profundidad–. Se nos deja exactamente en el mismo lugar del que partimos pero con el sabor desagradable de estar ante un fenómeno inexplicable.

Lo mismo sucede con las (innumerables) marchas de una sociedad que se ha tornado en mendicante de un Estado que pareciera serle indiferente en razón de una maldad que tontamente es presentada como ontológica.

Debemos advertir que, desde el inicio, no tomamos “delito” o “seguridad” con el contenido que hoy le da la opinión pública. Esto es: “algunos” delitos que tienen como víctimas a “algunas” personas. A partir de esta concepción, no causa sensación de inseguridad el terrible maltrato al que son sometidos los menores (pobres), violencia que lleva a que en el Hospital Alassia se atiendan un promedio de 13 chicos severamente golpeados por semana. Casi dos por día. O lo peligrosísimo que es ser hoy un niño Toba, prácticamente destinado a morir como mosca por la infamia de la desnutrición.

Primero habría que indicar que el delito que causa la sensación de inseguridad es aquel que se perpetra contra la propiedad, que a su vez es causa de otros. Tanto desde el punto de vista del origen del delincuente como de su objetivo, entonces, estamos frente a un fenómeno económico, cuestión que es férreamente negada o directamente ignorada.

El objetivo primario del ladrón no es el homicidio o la violación. El delincuente, que está y que amenaza, el ladrón, busca dinero, de una u otra forma. Si quitamos esta pretensión, desaparece el delito que lleva a la concepción pública de inseguridad. Se podrá objetar que de hecho los ladrones también dañan, violan o matan, pero deberá aceptarse que no es eso lo que primero buscan, lo que pone al delincuente en marcha.

Cuando, como también ocurre en Santa Fe, un ladrón ingresa al domicilio de una señora y termina asesinándola, no es el homicidio la causa por la cual se entra en la casa; ya adentro –por una u otra razón– se desata la tragedia.

EL DELITO ES UNA REDISTRIBUCIÓN DEL INGRESO. Entendido el móvil real de quien roba, es claro que el delito es una forma de redistribuir el ingreso, la peor. Donde no llega el trabajo con remuneración digna o el rostro vergonzante de la asistencia social, fatalmente llegará el delito con su inevitable secuela de dolor.

No podemos dejar de observar que si por un lado hay una presión sin piedad para un consumo casi sin límite, a través de los medios masivos de comunicación, por el otro se le niega a una gran parte de la población la posibilidad misma de adquirir legalmente esas casi infinitas cosas: habiendo o no trabajo, lo que se gana es insuficiente para no ser un fracaso económico según el estándar mediático. Los actores de la inseguridad están así ya en el escenario.

En este marco, las soluciones que se proponen, como las que se piden, son meros parches que sólo pueden demorar un delito que, ya vimos, está en el aire como la flecha salida del arco. Son manotazos a la desesperada, de los que nadie puede seriamente creer que tengan la propiedad de solucionar este problema, en tanto que no apuntan a la causa que lo produce.

Si no se termina con la cuestión de fondo, la económica: ¿cuántos policías puede tener una comunidad, cuántos presos? Los que hoy demencialmente sostienen que los delincuentes entran por una puerta y salen por otra tal vez no hayan reparado en que todas cárceles del país están colapsadas. Es más, hemos recibido una advertencia de las Naciones Unidas por el hacinamiento. Hasta hay presos superpoblando las comisarías.

¿Los jueces y la justicia? No se ignora la venalidad que existe en la Justicia, cuestión que puede ser extendida a casi toda institución argentina. Ahora bien, ¿realmente se piensa que un grupo nuevo de jueces impolutos solucionará la delincuencia?

¿Son las leyes? Pensemos con un ejemplo: como solución, se pretende bajar la edad de la imputabilidad penal. ¿Cuál es el límite? De seguir así, tendremos cárceles guarderías para chicos de 11 o 12 años y “delincuentes” de 10, 9 y menos. Recuérdese la sanción en serie de el paquete de leyes Blumberg: con ellas la situación es casi exactamente igual que antes.

También hay iniciativas supuestamente ingeniosas, como el canje de armas. Promovido desde el Estado nacional, de cierta forma deviene en la mera renovación del parque de armas, pero con financiación del estado. Los delitos con armas no han disminuido.

LA SOLUCIÓN TAMBIÉN ES ECONÓMICA. Es también de destacar que todos los opinantes, tarde o temprano, hacen referencia a la situación socioeconómica como la verdadera solución de la delincuencia productora de la inseguridad. Esto es cierto.

Sin embargo, gobernantes y gobernados ubican un cambio de este tipo en el mediano y largo plazo, sin indicar siquiera un camino para cumplir con una reforma socioeconómica de inciertos lapsos, en una especie de utopía de la cual otros serán responsables y que, en definitiva, nada tiene que ver con el hoy, dado que hoy nada se hace –ni se pide–. Ni siquiera se siente culpa por el incumplimiento con ese futuro.

El delito como casi cualquier problema solo tiene solución por donde se produjo. Si se ubica la redistribución en el largo plazo, allí se esta colocando la solución del delito.

Por lo tanto no estamos ante un problema insoluble ni mucho menos, sólo que la forma en que la sociedad plantea todos los problemas “sociales” lo prolonga.

Lo que no se le dice a doña rosa es que debe demandar (o realizar) la redistribución de la riqueza en el corto plazo o continuará –hasta ese inasible plazo mediano o largo–siendo víctima de la delincuencia.

Finalmente, anticipando una objeción, digamos que lo económico no desterrará el delito en su totalidad. No llegará la delincuencia cero de la mano de la redistribución, porque la sociedad produce delincuentes también por otros motivos, pero estos (desde la pedofilia a las estafas, o de la corruptela del funcionariado a la trata de personas) son enormemente minoritarios y no componen la llamada sensación de inseguridad.

Publicado en Pausa #27, 14 de noviembre de 2008.
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