domingo, 14 de junio de 2009

Un año no es nada

Pausa cumplió un año desde su salida a la calle; aquí, un texto a mitad de camino entre la celebración y el balance.

Por Ezequiel Nieva

36 ediciones, 560 páginas bien cargadas de información, casi 40 mil ejemplares que circularon en la ciudad a lo largo del último año: algunos de los números que ilustran este primer aniversario de Pausa. El tango dejó establecido para siempre que 20 años no es nada; cabe pensar que un año ha de ser la nada a la vigésima potencia. Nada de nada de nada. Apenas 365 días.

Eso: 365 días. Los que pasaron –ahora un poco más– desde que el 16 de mayo de 2008 pusimos en la calle la primera edición de este periódico. Y, desde entonces, tantas cosas... Una breve, incompleta recapitulación quizá sea necesaria: aunque acabemos cayendo en el poco elegante hábito de hablar de nosotros mismos.

La mera existencia de Pausa es, a menudo, motivo suficiente para que recibamos inflamadas felicitaciones. No hay queja ni ingratitud: las tomamos como un reconocimiento al esfuerzo que hacemos, número a número, por sostener con profesionalismo cada centímetro cuadrado del periódico. Las tomamos como una caricia, no como la supuesta postura de un lector acerca del estado actual de los medios. Los supuestos y el periodismo no se llevan bien; no queremos que se lleven bien. Nos gustan los hechos, los datos. Por eso tampoco nos llama la atención ese hecho –el elogio– si analizamos el contexto: es una celebración de la pluralidad. Y no mucho más.

Desde nuestra aparición y hasta hoy, el inmenso y variopinto universo de los medios habló del campo, de la riqueza, de la inseguridad, de la crisis; nosotros también hablamos de eso, y hablamos de soja, de equidad y de injusticias, de urgentes materias pendientes y de nuevas formas de articular lo público y lo colectivo. Hablamos de construcciones –siempre tan arduas– y tratamos de hablar, de mostrar mejor, las ideas de los que tienen ideas para mostrar.

En las páginas de este periódico reprodujimos algunas de las voces contemporáneas más críticas o más lúcidas, nunca con el objetivo de adoctrinar al lector; simplemente como un modo de reflejar con fidelidad algún aspecto, mínimo, acotado, pero aspecto al fin de la insondable realidad. No somos un medio que habla de “todo lo que pasa”. Y no sólo porque es una pretensión imposible –y más en un humilde cuerpo de 16 páginas, por atiborradas de texto que salgan a menudo– sino porque nunca fue nuestra intención.

Aprendimos en las aulas y en la práctica del oficio que la realidad sólo puede abordarse luego de un recorte previo. Desde esa premisa tratamos de pensar el periódico en general y también las notas. Internet y el formateado de diseño que hoy caracteriza a los medios gráficos nos tientan con la idea de que “todo lo que pasa” puede ser reflejado en un solo lugar; nosotros elegimos desistir de esa utopía y nos contentamos si alguna vez, al menos, rozamos la profundidad, que es uno de los objetivos de largo plazo que nos hemos planteado.

Uno de los objetivos; no el único. (Para ahondar más será pertinente esperar un tiempo; vamos de a uno por año).

Con esa motivación, la de tratar de ser profundos, desandamos el camino que nos llevó a este punto y por eso creemos que no es pura vanidad reflejar nuestro cumpleaños: es también una forma –acaso la menos elegante, sí, pero una forma al fin– de hacer periodismo, una forma de indagar y profundizar acerca de un hecho que es tan real como la crisis, el miedo o la codicia. Nuestro primer añito. El más difícil: algo que puede sonar a lugar común y que no por eso deja de ser una verdad irrefutable.

A lo largo de este año, Pausa se ha dedicado a reflejar –decíamos– algunas de las voces que los medios masivos eligen dejar de lado en su carrera por la primicia. En muchos casos, son voces que cuestionan las supuestas verdades que se nos presentan indiscutibles. Pasaron por estas páginas opiniones que son valiosas sobre todo porque desafinan del concierto monótono que se escucha en los medios: Abraham Gak y Máximo Sozzo, Luciano Alonso, Oscar Vallejos y Alejandro Horowicz, Mary Hechim y nuestro Juan Pascual.

También reflejamos datos que discuten aquellas opiniones disfrazadas de verdades absolutas. Así los informes sobre las alternativas al modelo productivo vigente o aquellos textos pensados desde una mirada ecológica. O las notas de opinión, que acompañamos con datos puros escarbados y exhumados de las profundidades de “la realidad”. La elección de ese estilo –que demarca con claridad cuándo opinamos y cuándo informamos– creemos que es una de las características que más valoran nuestros lectores.

Por eso no rehusamos tratar los temas instalados en la agenda de los medios masivos; pensamos que siempre existe la posibilidad de aportar nuevas miradas sobre los viejos problemas. La inflación, los proyectos de desarrollo urbano y sus contradicciones, la salud, la política, la economía, los cambios y las reacciones, siempre tuvieron lugar en nuestras páginas.

Pero también otros temas, que no suelen ocupar las portadas de los diarios: el exilio moderno, los consumos culturales, los hábitos de la juventud, el hambre, el encierro como castigo y el encierro como elección, algunos nuevos fenómenos sociales y otros añejos –la intolerancia, la discriminación, los pedidos de garrote y mano dura–, el derecho al agua, el derecho a la tierra, el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, el derecho a integrarse de las personas con capacidades diferentes, el derecho de todos –mujeres, niños, niñas– a no ser abusados ni violentados...

Y en ese caleidoscopio periodístico, algunos hallazgos que merecen ser recordados: las voces de los internos del hospital Mira y López que regentean su panadería y su radio, la voz de un preso que participa de la edición de una revista que trasciende los muros, las nuevas corrientes que piensan la salud mental, el silencioso trabajo y las innovaciones de nuestros científicos... En definitiva: el intento que hacemos número a número por recuperar aquel viejo concepto del interés general, cuyo primer –y quizá más importante rasgo– es que supone lo opuesto del interés particular, mezquino, individualista.

Este panorama sería incompleto si no destacáramos la búsqueda de un modo distinto –ya que decir “original” es harto pretencioso– para el tratamiento de aquellas secciones que en los medios tradicionales son consideradas blandas: el tiempo libre, la cultura, los deportes, las crónicas de viajes. Ahí los textos de Gerardo Moyano. Textos que narran, camuflada entre sus peripecias por el ancho y ajeno mundo, una historia que es siempre la misma: las desigualdades latentes y los pequeños y heroicos esfuerzos en pos de una integración que los teóricos de la aldea global daban por descontada y que, cada día que pasa, se nos presenta como más difícil de alcanzar.

Ahí también los textos de Gastón Chansard en la sección de Deportes, su rescate de esas historias mínimas que pueden ser contadas como una odisea –y viceversa–, la demostración de que hay todavía muchas cosas por las cuales asombrarse más allá del fulgor que desprenden las pantallas de TyC. Y también el espacio que dedicamos a Ocio y Cultura –una de las más importantes del periódico– y la apuesta de contar con redactores especializados en su materia: toda una rara avis en tiempos de flexibilización a la McDonald’s, en tiempos de repetición mecánica y de periodistas que posan –o que trabajan– de todólogos.

Hasta ahí, pura seriedad –lo mismo pensamos mientras armábamos este proyecto–, por eso la sección que para muchos es la estrella del periódico: Cocoliche. Porque no quisimos rehusar del humor en ninguna de sus variantes; todo lo contrario: quisimos hacer una jugada fuerte a favor de un formato y de un lenguaje que en los últimos tiempos viene perdiendo peso específico en los medios más grandes, y también en los chicos. Y por eso la cruza ecléctica, heterodoxa y casi bizarra de estilos que representan las viñetas de los maestros Montt y Boligan y los cuadritos de nuestro vecino paranaense Maxi Sanguinetti, que también es un maestro –él se presenta como docente y no sólo como humorista.

Y un párrafo aparte para la misma sección: los textos de Adrián Brecha y los de su alter ego Alan Valsangiácomo. El juego y el cruce con los lectores que se da en cada edición a través de las Preguntas Pausa. Una demostración cabal, hecha aquí, ahora y en las mismas condiciones de producción que el resto del periódico –esto es: contra reloj y sin echar mano a otros recursos que el talento o la inventiva– de que es posible escribir humor, no sólo actuarlo o dibujarlo.

Si alguien leyera este texto fuera de su contexto podría pensar que Pausa cumple 100 años. Y sin embargo recién llegamos al primero. El camino es largo. Recién lo estamos comenzando a andar; la gente que es optimista pero también sensata estima que cualquier proyecto serio demora cuatro o cinco años en consolidarse y que recién entonces uno puede ocuparse de pensar en trabajar las cuestiones secundarias –un estilo, una estética, una voz particular– que vaya más allá de la cotidiana pelea por la supervivencia o la permanencia.

Nosotros opinamos igual. Apenas pasó un año: nada más. No es plazo para sacar grandes conclusiones, ni siquiera un esbozo de conclusión. Pero no queríamos dejar de compartir con ustedes este balance íntimo e incompleto. Nada es definitivo; nada está terminado al cabo de 365 días. Esto recién empieza. Nos conformamos con el hecho de poder seguir creciendo y cumpliendo un año una vez por año. Como se debe.

Publicado en Pausa #37

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