viernes, 30 de mayo de 2008

Ese delta de pensamientos que son los regresos

La frase pertenece al escritor de Santa Rosa de Calchines, Fernando Marchi Schmidt, de su libro Calavera de Malos Aires
Por Ana Fiol
En esta columna trataré de escribir sobre las cosas que me parecen importantes e interesantes. Creo que debo contribuir a la expansión de nuestra esfera pública, donde se re-presentan las opiniones colectivas. De esta manera, se incluyen y actualizan nuevos temas, preguntas y enfoques en la discusión ciudadana, y así se ensanchan los límites de esa gran charla pública. Por otro lado, considero interesantes aquellos temas que ayudan a interrogar lo cotidiano, todo aquello que se naturaliza, se nos hace demasiado familiar y, por lo tanto, oscuro, cierto e impenetrable.
Debido a fuerzas que son globales tanto como locales, nuestra charla pública se vacía y se estupidiza, se hace superficial y muy controlada. En este sentido, la esfera pública santafesina es marcadamente patriarcal.
Después de ocho años en Londres he vuelto a mi patria chica para empezar de nuevo y acabar de criar a mis hijos en su propia cultura. Fue una de esas elecciones difíciles, en las que de un lado tira el mundo y del otro el alma. Soy feliz en mi casa, con mis afectos y en mi propia lengua. Sin embargo, a veces cierro los ojos y recorro mi camino favorito desde mi casa en Kennington Park hasta el Tamesis. Recorro las calles de Londres, que siempre he llamado en mi fuero interno “la puta vieja”, y recuerdo la atmósfera electrizante, el cielo gris plomo de tubo fluorescente y la variedad interminable de colores, razas, ropas, idiomas, comidas y costumbres. En el secundario de mi hija se hablaban 167 lenguas. Las marcas en la ciudad, dejadas por 2.000 años de historia política, se mezclan con los barrios étnicos de judíos, bangladeshis, mi propio barrio de rastafarians jamaiquinos, portugueses, nigerianos...
En Londres aprendí que las musulmanas son muy diferentes entre sí, que las hay vestidas de occidentales, con el pelo cubierto, con pelo cubierto y cara tapada o completamente invisibles bajo una túnica negra o azul, que las cubre por completo a excepción de los ojos. Que las hay rubias de ojos azules y tan negras que también parecen azules.
Ahora que estoy aquí, me doy cuenta de lo contradictorios que somos los seres humanos. En Europa odiaba el inglés, la lengua del imperio, que tanto me costó manejar. Aquí extraño la BBC, ese fabuloso sistema público de radiodifusión sin propaganda, sostenido por el ciudadano televidente. (Hay que ponerse con 100 libras para la “licence fee” todos los años). Sobre todo, añoro la resonante y económica lengua de William Blake, Oscar Wilde y George Orwell.
Extraño los museos gratis y las bibliotecas de cristales y varios pisos, el teatro de época Tudor de Shakespeare con la entrada popular a 5 libras (estar parada a los pies del escenario las tres horas de Ricardo III) y las causas políticas latinoamericanas que resuenan fuerte, con ecos variados y potentes por la ciudad. De verdad, extraño a los amigos que dejé y esa sensación indefinible de vivir en un lugar donde todo es posible, donde se pueden vivir muchas vidas y una puede ser exactamente como quiere.
Lo cierto es que la otra cara de toda esa libertad que flota en dinero –y está sostenida sobre la explotación del mundo– es un individualismo que los enferma, los aísla y los extingue lentamente como pueblo. Inglaterra en el único país del planeta en donde el capitalismo es un desarrollo endógeno, el imperialismo brutal la historia nacional. En filosofía, agregaron al mundo bellezas tales como el utilitarismo y el pragmatismo. Una islita poderosa que, más que una nación, parece un puerto de piratas.
Haber vivido en la panza de esa bestia me ha convencido de que hay una guerra contra los pobres. A mí me parece que el capitalismo global de corporaciones, este sistema-mundo con sus contradicciones y niveles, está multiplicando las poblaciones superfluas. Poblaciones sobrantes que no consumen lo suficiente y que ya no son necesarias como fuerza de trabajo. Gentes que se apilan en las villas miserias que rodean cada ciudad del mundo pobre: lo que Mike Davis ha descrito como un “Planet of slums”, un planeta de villas miseria.
Estamos viviendo una crisis de hambre planificada, que priva a los pueblos de la capacidad para producir alimentos para sí mismos. En 2008 hubo rebeliones populares por carestía y escasez de comida en Bolivia, Perú, México, Indonesia, Filipinas, Pakistán, Uzbekistán, Tailandia, Yemen, Etiopía y en casi todos los países del Africa sub-sahariana. Henry Kissinger ya lo dijo hace dos décadas: “Quien controla el petróleo, controla naciones; pero quien controla los alimentos, controla a sus pueblos”.
Mientras tanto, las mujeres seguimos siendo las que quedamos atrapadas en medio de guerras y conflictos, las que no somos dueñas de la tierra, las prostituidas en redes internacionales, las desempleadas y las que ganamos menos, las golpeadas en el hogar y, sobre todo, seguimos siendo las que cocinamos y nos preocupamos por la comida de los hijos. En este cruce entre el hambre planificado por el neoliberalismo y nuestros roles y tareas ancestrales de nutrir y alimentar, el feminismo se cruza con la vida cotidiana y, entonces, la rebelión política de las mujeres cobra vida mientras se hace universal: una causa que nos contiene a todas y todos.
En América Latina y en Santa Fe las mujeres estamos organizadas para recuperar la capacidad perdida de producir lo que comemos. Esa causa, en la que nos encontramos mujeres ricas y pobres, se llama soberanía alimentaria. Es una causa imperativa e interesante, en la que se encuentran las complejidades de la producción global de alimentos y la división internacional del trabajo con la simpleza de la vida cotidiana y la más fundamental (y cultural) de nuestras necesidades: comer. Las nuevas tecnologías y el sistema mundial de propiedad privada de patentes sobre procesos biológicos, la concentración e integración horizontal y vertical de la producción y comercialización de alimentos (es decir: la estructura de la globalización) se encuentran cara a cara con las múltiples resistencias y formas de rebeldía de una filosofía y una identidad política: el feminismo y las mujeres.
Por estas razones sigo siendo feminista y de izquierda. Pero ahora –será por tanto desarraigo, será que los años te ponen conservadora nomás– vivo profundas contradicciones. Por ejemplo, ahora creo en la familia, la nación y las tradiciones como vehículos para resistir una globalización devastadora. ¿Esto significa pactar con la psicótica familia nuclear freudiana, la nación que compartimos con los militares de la dictadura y las tradiciones forjadas por las clases dominantes y gobernantes? Sigo pensando que la maternidad es un lugar imposible, pero haber parido un varón me ha convencido de que es contradictoria con el feminismo.
Mi ciudad bonita y traumatizada bosteza una siesta de ríos bajo un sol impiadoso. Hermosa, exactamente como la recordaba. Sin embargo, cuando la dejé eran los condenados de la tierra, los excluidos del neoliberalismo, los que hacían los piquetes. Ahora, la riqueza sojera establece su presencia de edificios suntuosos en mi ciudad rodeada por 80.000 pobres; los bordes y el vértice de un triángulo de miseria: callada, resignada, invisible... He aquí nuestras propias “poblaciones superfluas”: hemos reordenado la casa y los tenemos donde los queríamos.
Estos ciudadanos, los condenados de la tierra de Frantz Fanon, son los únicos que no participan ni son mencionados en el debate público sobre las retenciones. En los dos meses que llevo aquí, ese debate ha cambiado y se ha incrementado en variedad y profundidad. Hemos aprendido sobre la estructura actual de la propiedad de la tierra, los colonos, los acopiadores y los vericuetos de la comercialización de granos, los monopolios y el desastre ecológico. Otra vez el país se parte en dos campos antagónicos en nombre del mismo sujeto histórico: la nación. Y surgen ante nuestros ojos nuevos líderes sociales y nuevos agrupamientos. Se construyen nuevas hegemonías en medio de hábiles maniobras y fantásticas confusiones. ¿Cómo se distinguen y se afectan los intereses de la clase dominante en estas circunstancias? ¿O vamos a pensar, como predica el Turco Alaniz desde sus púlpitos en la esfera pública, que la izquierda y la derecha ya no explican nuestras circunstancias, que las oligarquías no existen y que el modelo económico agro-exportador is not open for discussion?
Publicado en Pausa #3, viernes 30 de mayo de 2008

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Ana! soy el "escritor de Santa rosa de Calchines"... necesito contactarte. fermarchi@hotmail.com... leerás esto? no soy avezado en el uso de las nuevas tecnologías... me hace ésto foráneo del mundo?