viernes, 17 de octubre de 2008

Y ya nada nunca volvió a ser igual

Una fecha que es también un quiebre en la historia argentina del siglo pasado. Una tesis acerca de lo privado y de lo colectivo, o de cómo la voluntad de las mayorías puede torcer cualquier destino. ¿Hay una “hora luminosa” en la vida de cada hombre?

Por Claudio Chiuchquievich

Dijo alguna vez Samuel Butler: “Si una verdad no es lo bastante sólida para soportar que se la desnaturalice y que se la maltrate, esa verdad no pertenece a una especie fuerte”.

Seguramente, la historia de nuestro país ha desnaturalizado y maltratado muchas de sus verdades, pero ninguna ha sido tan fuerte como los hechos que ante el almanaque hoy, 63 años después, nos vemos inclinados a recordar.

17 de octubre de 1945: punto de inflexión en la Historia Argentina. Momento que marca el preciso instante en que las masas, la multitud o, como dijo Scalabrini Ortiz, “el subsuelo profundo y sublevado de nuestra población”, hacen su ingreso en la política del país. Día en el que un pueblo decidido, sin saber las consecuencias que devendrían de su accionar, sale a las calles a pedir por la libertad de su líder o, simplemente, a manifestar su descontento porque éste ha sido puesto en prisión.

Nadie sabía qué iba a suceder. Ninguno de los que marcharon hacia Plaza de Mayo podía prever lo que luego pasaría; mucho menos las diversas interpretaciones con que ese hecho sería analizado. Tampoco nadie puede afirmar que la movilización popular haya sido planificada tan meticulosamente como los interesados y mezquinos constructores de mitos populares se esforzaron por intentarnos hacer tragar.

Es cierto que Evita movió cielo y tierra para liberar a Juan Domingo Perón, pero las cartas que en esos días se escribían Perón –desde la Isla Martín García– y Evita –desde alguna habitación semiclandestina de la Capital Federal– demuestran cabalmente que ninguno de los dos tenía otra aspiración por esas horas que la de reencontrarse y poder tenerse el uno al otro, para luego retirarse a algún poblado lejano de provincias y proyectar juntos un futuro común que, durante esos días, les resultaba imposible vislumbrar.

De esas pequeñas grandes ilusiones dan cuenta las líneas que por esos días Juan y Eva se hicieron llegar. A eso se veían circunscriptas las aspiraciones de la pareja que luego dominaría por 30 años la escena política nacional: a tener la posibilidad de proyectar una familia, construir un hogar y envejecer juntos en paz.

Y no es que no hubieran tenido elementos para pretender otro futuro; el por entonces coronel Perón habías sido el hombre que más poder había acumulado en los tres años previos a ese 17 de Octubre de 1945: concentraba en su persona los atributos de la Secretaría de Trabajo, del Ministerio de Guerra y de la Vicepresidencia de la Nación.

De sobra tenían argumentos para proyectar otros anhelos; sólo que, en esos días, todo lo que con tanta parsimonia y acabado esmero habían construido, parecía esfumarse para siempre, de un modo ineluctable y final.

Hasta que pasó lo que nunca antes... Y ya nada volvió a ser igual.

La potencia de la multitud en las calles demostró que las leyes sólo son una construcción humana que cristaliza determinadas relaciones de poder; y que el poder instituido tiembla y se resquebraja, se fisura y agrieta cuando una porción importante de un pueblo se decide a modificar las injusticias que esas relaciones jurídicas establecen.

“Las leyes existen porque los hombres callan más de lo que deben”, dice José Saramago en su libro Todos los nombres, y no falta a la verdad. Y mientras los “bienudos” y la “oligarquía” se atrincheraban en sus casas y palacios, los negados, los ninguneados, los explotados de siempre, hacían suyas las calles para desafiar a un poder que encerraba tras las rejas al único tipo que los había escuchado y actuado para modificar sus condiciones objetivas de trabajo: concretas conquistas que hicieron que los olvidados del tiempo se sintieran parte de esos logros.

De allí las movilizaciones: porque, por aquellos días, las conquistas se ganaban o dirimían en el espacio público. De allí una conciencia: la certeza de saberse protagonistas de un contexto que los excedía, pero también los contemplaba; en el poker del poder, ellos querían uno de los suyos sentado a la mesa. Para bien y para mal, de allí en más, en el banquete tendrían su porción.

Aprendieron una de las formas que adquiere la voluntad del poder: estar en la mesa del juego mayor en las ligas; y ellos en las tribunas y en las plazas, permitiéndose expresar con sus cuerpos la conciencia de su voluntad.

Y mientras el 16 de octubre Perón y Evita se encontraban casi condenados a anhelar un futuro compartido, retirado y familiar... Eva juntaba voluntades para liberar a su hombre; y ante el rechazo de la oligarquía representada en las cúpulas de las Fuerzas Armadas y eclesiástica, desahuciada y “envenenada” por tanto rechazo y desprecio, encontró en los obreros urbanos de la capital y el cordón del gran Buenos Aires, a los únicos capaces de poner el cuerpo por su hombre: Juan... y fueron ellos los que salieron a las calles, y llegaron a la Plaza, y se reconocieron innumerables, y pidieron por su hombre: Perón... y ya nunca nada en este país volvió a ser igual.

Dice Gastón Bachelard en su libro La intuición del instante: “Cada hombre tiene en su vida esa hora luminosa, la hora donde comprende de pronto su propio mensaje, la hora en la cual el conocimiento, al iluminar la pasión, revela a la vez las reglas y la monotonía del destino, el momento verdaderamente sintético en que, dando conciencia a lo irracional, se transforma sin embargo en el éxito del pensamiento. Allí está situada la diferencia del conocimiento, la fluxión newtoniana que nos permite apreciar cómo el espíritu surgió de la ignorancia, la inflexión del genio humano sobre la curva descrita por el progreso de la vida. El coraje intelectual consiste en conservar activo y viviente ese instante del conocimiento naciente, en convertirlo en la fuente inagotable de nuestra intuición, y en dibujar, con la historia subjetiva de nuestros errores y faltas, el modelo objetivo de una vida mejor y más clara”.

Por aquellos que lo lograron, por los que honran su memoria sin necesidad de perderse en la nostalgia y por los que luchan, como nosotros, por construir y protagonizar alguna nueva síntesis que incluya tamaño aprendizaje de sabiduría popular... Para que en este país, en el de hoy, ya nunca nada vuelva a ser igual.

Publicado en Pausa #23, 17 de octubre de 2008.
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