Por Claudio Chiuchquievich
Hace cinco años vengo escribiendo acerca de algunas acciones que despiertan múltiples análisis, expresando algunas proposiciones interpretativas que, en virtud de lo ocurrido desde hace un lustro, hoy me permito compartir. Decía así aquella proposición interpretativa:
Algunos “errores”
que se cometen según
la lógica dominante imperante
son los “aciertos” estratégicos
que nos distinguen
de aquellos que decidimos superar.
Y sólo se llega a esta circunstancia cuando se la desea, se la imagina, porque se la proyecta, se la fuerza y existe capacidad para construirla.
Se acierta y se cometen errores en el intento. Y nadie mejor que quienes acometen esos actos (pienso en las Madres de Plaza de Mayo... hoy digo Marcha de las Antorchas) para comprender las razones que los explican.
Nunca han sido tibias/os
a la hora de ser profundos
al momento de escrutarse,
cuando se hace necesario despojarse
aún de los prejuicios compartidos
para intentar abordar la propia realidad.
Por eso digo desde hace un tiempo que algunos “errores” que se cometen según la lógica dominante imperante son los “aciertos” estratégicos que nos distinguen de aquellos que decidimos superar.
Desde hace cinco años, tenemos la oportunidad de comprobar cómo los integrantes de la Marcha de las Antorchas se aventuran a hacer lo que no está permitido:
se atreven a desafiar lo trillado conocido;
abordan políticamente esa instancia construyendo una nueva estética;
dicen con el cuerpo todo cuando el resto tan sólo trata de coordinar la vista con la voz;
acceden al misterio de provocar conmociones entre quienes ya ni esperaban ser sacudidos en esta ciudad casi tan sin sorpresas como la que vivís;
echan a rodar claridades de compromisos inclaudicables que no se pactan con ningún candidato de ocasión;
demuestran que todavía existen quienes nos ofrecen su respeto cuando suben a un escenario para tomar la palabra;
apelan a lo innegable que cada uno debe aceptar;
generan la envidia de los que habitualmente ocupan esos lugares sin generar una sola emoción;
responden a los teóricos qué es construir ciudadanía;
nos hacen sentir a todos que nos enorgullece comprobar cómo cabalgan su propio camino;
que la verdad que enarbolan está racionalmente explicitada, pero que en el camino no han perdido la pasión...
Debe ser por eso que decía Piglia en Respiración artificial: “La pasión es el único vínculo que tenemos con la verdad”. Esa pasión que es el producto del deseo: el de justicia... Y debe ser por aquello que dijo Chaplin en Candilejas: “La vida es un deseo, no un sentido”.
Pero... ¿saben qué?
Nada nos separa de la conciencia
cuando se siente lo que se hace...
que es así como se construye sentido.
Y tiene sentido lo hecho. Porque proviene del asco que nos produce convivir con:
la mentira organizada (nunca tan patética),
el silencio cómplice (jamás tan audible),
el temor de los hipócritas (latente, abundante y explícito).
Por eso tantos ingenieros de la política trillada les tienen miedo. Porque les enrostran lo que no tienen Y lo que sus pactos les impiden hacer para lograr lo que ustedes despiertan, provocan y disparan en aquellos que acuden a los sitios en los que ustedes accionan con la potencia que despliegan aquellos que saben reconocer en sus debilidades la propia fortaleza.
Eso es construir poder, no ser un poderoso. Eso que decía Roberto Arlt: “Los aparatos políticos otorgan muchas cosas, poder, por ejemplo; pero no inteligencia, que es su creación y no su mera acumulación burocrática”.
Esto es lo que hacen ustedes: construyen poder, accionan con razones, traccionan despertando confianzas, lo asumen con plena conciencia, exponen el pellejo en el ruedo, despliegan certezas que invitan a lo posible, nos demuestran que es realizable, asumen los costos de sostener dignidades, se crecen desvergonzadamente alegres... Por todo eso, muchos les tienen miedo.
Allí está su exposición, la de ellos.
En cambio, de su lado: los valores, los datos que demuestran complicidades o corrupciones, la entrega y la miserabilidad que ellos han construido comprando silencios. De su lado: la potencia de la voluntad de sentirse dignos.
¿Y saben qué?
Además, ustedes no sólo a los que mienten decencias asustan.
Además, ustedes a los que se sienten decentes los asombran; a los que jamás juegan su honestidad los sorprenden; a los que asistieron ayer a la Plaza los traccionaron; a todos los que concurrieron al acto los convencieron.
Por eso digo:
Nada nos separa de la conciencia
cuando se siente lo que se hace...
que es así como se construye sentido.
Y ustedes consiguen plasmar tan desmesurado objetivo: construyen sentido.
Y repito: tiene sentido lo hecho porque proviene del asco que nos produce convivir con:
la mentira organizada (nunca tan patética),
el silencio cómplice (jamás tan audible),
el temor de los hipócritas (latente, abundante y explícito).
Por todo eso me atrevo a decirles desde un orgulloso “nosotros” que es deseable construir.
Nos queda la experiencia para aprender de los errores.
Se descubrieron capaces de acertar aún en la derrota... y esa es su mayor riqueza.
Se encuentran serenos, y eso cuenta de sus certezas.
Se midieron desde un nosotros que nació entre ustedes, y eso habla de lo que provocan.
Se han jugado sabiendo el resultado, y eso contagia a los descreídos.
Se expusieron (y se exponen) a perder sus laburos, y eso abochorna a los tibios de siempre.
Se animaron a estar en la lista negra del poder, y eso hizo que “ellos” (nunca como hoy) estén tan “marcados”.
Se permitieron el ejercicio del tropiezo, y eso les enseñó de las piedras que aún quedan por superar en el camino.
Se sintieron responsables y se hicieron cargo de lo que les cabe, y eso nos hace sentir que estamos vivos.
Se han visto decir lo que no se perdona en esta comarca en la que todo tiene precio, y todos nosotros podemos dar fe de que no nos han mentido cuando hablan de valores.
A ustedes, hombres y mujeres de la Marcha de las Antorchas, les digo:
Nos espera lo mejor.
Lo peor ya fue destruido.
¡Salud!, compañeros.
A no aflojar en tamaño desafío.
Publicado en Pausa #11, viernes 25 de julio de 2008
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viernes, 25 de julio de 2008
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