lunes, 20 de julio de 2009

La casa en problemas

Un acercamiento a lo doméstico del conflicto ecológico global

Por Celeste Medrano

Cuando comenzaba a desarrollar mis capacidades para recordar y comprender, mi mamá me leyó un cuento. En el relato se festejaba el cumpleaños del protagonista y su madrina le había llevado de regalo un alcornoque (árbol del que se extrae corcho, principalmente). El personaje, ofuscado porque esperaba juguetes o golosinas, rechazó el regalo y comenzó a hacer berrinches ante la mirada comprensiva del resto de los invitados. Su benefactora, que poseía además el don de la magia, disgustada por el rechazo, le dijo a su ahijado “¡Ahora no solamente me llevaré el alcornoque, sino también todo lo que en esta casa sea producto de algún vegetal!” Y el cumpleaños no pudo celebrarse: habían desaparecido las sillas y la mesa que eran de madera, el jugo de naranja, los sándwiches que eran de harina de trigo, y hasta la torta que era de chocolate (un producto que se obtiene de las semillas del cacao, árbol nativo de Sudamérica). Finalmente y, para que el lector no sufra las angustias de un final inconcluso, el protagonista del relato le pidió perdón a su madrina, quien restableció el orden y todos pudieron gozar del festejo.

Comparto este pasaje de mi biografía con la intensión de subrayar una moraleja superadora de lo que comprendí cuando era una niña. Me preocupan y ocupan las cuestiones que tienen que ver con el ambiente y me sorprendí varias veces relatando la historia ante un público adulto, en un intento por definir nuestro grado de participación en los problemas que denominamos ecológicos globales. El término Ökologie –introducido en 1869 por el prusiano Ernst Haeckel– está compuesto por las palabras griegas oikos (casa) y logos (estudio, tratado, razón o palabra), por ello la ecología es la ciencia que estudia “la casa” entendida como aquel espacio que posee los recursos que permiten la vida de un individuo (abrigo, alimento, agua, afectos). Mi propuesta, ante los datos apocalípticos que reflejan nuestro modo depredador de vivir en el mundo, es volver a pensar en “nuestra casa”. Aquí es donde cobra sentida el cuento del cumpleaños. Hasta que la historia relatada no tuvo un episodio trágico, el protagonista no pudo comprender que vivía en una “casa” totalmente dependiente de recursos aportados por la naturaleza.

Nosotros también recibimos a diario noticias de las tragedias: la contaminación del aire y los ríos, la extinción de las especies animales, los efectos mortales del cambio climático y el agujero en la capa de ozono. Sin embargo, cuando prendemos una lámpara, por ejemplo, no pensamos que la energía necesaria para que se haga la luz se origina, probablemente, por el funcionamiento de una represa. Para construir una represa hay que tabicar un río. Las construcción y puesta en marcha de la obra genera un gran espejo de agua, cuyo poder inundador motiva el traslado de pueblos enteros; las especies de peces migratorios ven interrumpido su normal ascenso para la reproducción; estos espejos se comportan como reservorios de parasitosis que impactan en las poblaciones humanas. La alteración drástica de las condiciones del ambiente se cristaliza en hechos fáciles de observar. Los nuevos ecosistemas empobrecidos ya no sostienen a las poblaciones ribereñas tradicionalmente ligadas al río, porque el río ya no existe.

A modo ilustrativo, es interesante revisar el caso de la represa de Yaciretá. La construcción de esta obra iniciada en 1983, con la anuencia del gobierno de turno y la cooperación de fondos internacionales, para proveer de luz a los ciudadanos, es motivo de actuales conflictos ambientales y por lo tanto, económicos y sociales. Las familias relocalizadas que perdieron su sustento y calidad de vida se manifiestan solicitando soluciones. Los ambientalistas declaran la peligrosa amenaza que la presa genera sobre los Esteros del Iberá, un sistema de singular valor por la diversidad de especies que soporta y por su potencial para el desarrollo de proyectos científicos, educativos y ecoturísticos. Los científicos, sin la necesidad de grandes comprobaciones, advierten sobre la inminencia de desequilibrios ecológicos que genera un cambio tan dramático en el ambiente.

No es necesario que cada vez que prendamos la luz pensemos en los problemas ambientales, sociales y económicos que esa acción conlleva, pero sí que lo pensemos al menos una vez. Es necesario revisar, con un sentido de globalidad, las acciones que implican nuestro modo de vivir. Ampliar el universo de lo que percibimos como “nuestra casa” para que, como en el cuento, podamos comprender cuán entramados estamos con los distintos elementos naturales que a través de un continuo nos permiten la vida, como el aire, el agua o la luz solar, los animales y vegetales.

Ahora bien, la percepción, a diferencia de la información, implica pasar por el cuerpo, poner en concurso los sentidos, establecer con los objetos y las personas un vínculo sensible. Cuando creamos este tipo de relación con nuestros parientes, amigos o el lugar en que habitamos, podemos protegerlos, prestamos atención a sus necesidades, los defendemos. Este tipo de vínculo debemos construir con la “casa”, pensada en amplio sentido, como una primera instancia de participación en la resolución de los problemas ambientales y su eco estricto en conflictos económicos y sociales.

Según este enfoque, es interesante considerar y ampliar la cuestión de los límites. En este sentido también “habitamos” la calle, el trabajo, el colectivo en el que viajamos, la plaza en la que nos reunimos. Muchos de los problemas ambientales que sufren las ciudades podrían ser atenuados si percibimos estos lugares como propios y establecemos vínculos sensibles con ellos. Es más, los bordes se extienden más allá: ¿dónde va la basura que descartamos?, ¿de dónde proviene el agua potable?, ¿qué impacto genera la extracción de gas natural que usamos para la cocina y la calefacción? Todas estas preguntas amplían los límites de nuestras “casa” y para todas podemos actuar positivamente en busca de un mejor vivir.

Sin duda, esta perspectiva implica involucrarse: apela a la modificación de prácticas poniendo en juego sólo los recursos domésticos que cada uno de los habitantes poseemos. Se trata de percibir la “casa” en la que vive el hombre junto a otras especies, con sentido solidario. Volviendo al cuento que me relató mi madre: la idea es festejar, celebrando la vida.

Publicado en Pausa #39

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