Una lectura sobre dos elecciones: el Reutemann bipolar, las dudas del socialismo y el auge de la Franja Morada.
Por Juan Pascual
Recapitulemos. En las recientes elecciones primarias en Rosario, la cuna del proyecto oficial, triunfó el PJ y, dentro de éste, la línea kirchnerista de Agustín Rossi y Héctor Cavallero: un ex intendente (otrora socialista) bien recordado por algunos en un lugar donde Carlos Reutemann jamás terminó de hacer pie. Cabe recordar que Rosario fue uno de los muuuy pocos departamentos en los que el 28 de junio ganó Rubén Giustiniani. El domingo pasado, por sí sola, la candidata ganadora del Frente Progresista obtuvo 24.200 votos más –6 puntos porcentuales por encima sobre el total de votos efectivos– que el futuro cabeza de lista del PJ. Así que la cosa va a estar bien caliente en las generales del 27 de septiembre.
Por otro lado, hace un mes el 53% del electorado de nuestro departamento apoyó a Reutemann, quien sacó una diferencia de 20 puntos sobre el candidato socialista. Pero hace menos de una semana, los dos candidatos del reutemanismo –en tanto el ex automovilista salió (¿más allá de su voluntad?) en las carteleras de 100% Santafesino junto al joven Sebastián Pignata (cuya mayor virtud política es ser nieto de Alberto Maguid y, por ende, el laborioso apoyo de los empleados y militantes de UPCN) y presentó como línea interna en el PJ a Chiquito Campanella– si hubieran sumado sus votos no habrían llegado ni al 25% del electorado.
De hecho, cada uno de ellos por separado no llegó a igualar la marca del precandidato derrotado del Frente Progresista Cívico y Social (FPCyS), Jorge Henn, quien los superó por 3 puntos porcentuales, también considerando el total de votos. Ni qué comparar con el resultado del Frente Progresista como un todo: sus dos precandidatos más importantes, ambos de cuño radical, sumaron el 44%, contra el 26% y 15% del PJ y del partido del Oscar “Cachi” Martínez. La mitad de los votos triunfadores (22% respecto del total, obviamente) fue a la estrella de la jornada, el secretario de Gobierno de la Municipalidad José Corral. Es más, la presencia territorial del FPCyS fue abrumadora: sólo cayó en El Pozo (34 votos), Alto Verde (294) y La Guardia (49).
Un primer dato: el ya clásico menosprecio de Reutemann respecto de la estructura y militancia del PJ. Como dicen algunos adherentes locales, “cerró durante 15 años al partido... ¿qué va a quedar si el tipo se muere?”. Ungido bajo el calor de la ley de lemas –que fue a la vez un producto de un pacto con un actual compañero de asados, roscas y urnas, su ex contendiente y ahora presidente de Rosario Central, el radical Horacio Usandizaga– y el dedo farandulesco del menemismo, Reutemann le encajó al PJ local una larga ristra de parientes y amigotes, más o menos vinculados con el jet set vernáculo, de todas las edades y de dispar desarrollo cognitivo, parasitando verticalmente la estructura y vaciando la producción de cuadros políticos y técnicos. El partido pagó gustoso el anquilosamiento –bien lo valía el arrastre de esa figura– para desnudarse finalmente en el 2007 como una cáscara a la que se le tuvo que importar un candidato eminentemente porteñizado, Rafael Bielsa. Arrugador nato en los momentos complicados (la presidencia en 2003, el gobierno provincial en 2007), apoltronado en su bancada de senador, todavía se recuerda cómo supo hacerle más de una vez un insidioso acorralamiento interno a Jorge Obeid, con quien alternaba en la Casa Gris. Dicho más cortito, el tipo siempre trabajó –y con mucho éxito– para sí mismo, sosteniéndose en mayores o menores aparatos de asistencia social –en su versión más repugnante está Adriana Cavutto y los galpones de (inutilizadas) donaciones para inundados y en su variante más picaresca los vales por descuentos para garrafas, en la última contienda legislativa– y en un fluido contacto material y espiritual con lo más granado del capital concentrado local: un sojero privatizador.
Por su parte, el socialismo dio cuenta de dos desaciertos: uno coyuntural, otro histórico. El último acaso haya sido la causa del primero.
La más chinchuda agrupación universitaria sabe que un partido encarna en sí mismo una opción de gobierno en el Estado y que para eso hay una sola vía legal: ganar elecciones. Tal vez sin haber meditado conscientemente sobre los tiempos electorales, el FPCyS pareció esperar manso desde el inicio de su gestión a la postulación del tanque suizoalemán pejotista, quizá creyendo que el envión del 2007 se iba estirar, quizá minusvalorando el peso de esa contienda, que al fin se reveló en todo su alcance: se trataba justo de la más importante, la que no se podía perder, contra el rival más significativo a batir. ¿Cómo soportar ahora a Juan Carlos Mercier o a Mario Lacava, más envalentonados que antes, en la Legislatura? Y no pasaron varios años: el socialismo perdió en la primera elección de la gestión. Y fue con mucho ruido: el ganador fue tildado otra vez como presidenciable; el perdedor, en vez de reducir el impacto de la mínima distancia de dos puntos, la embarró feo con aquello del “síndrome de Estocolmo”.
Dos preguntas se abren a partir de los resultados de junio. Una: ¿qué hará el socialismo para anclar de una vez en ese territorio que hoy, con un eufemismo de falsa nostalgia, se llama “los barrios”? Los 20 puntos de diferencia en La Capital se constituyeron, sobre todo, en el oeste de la ciudad de Santa Fe. Eso no puede no indicar una defección y un imperativo de autocrítica. Sin un sistema de porosidad entre Estado y exclusión que reemplace con efectividad al puntero –figura vilipendiada en los medios, la mayor de las veces único canal de asistencia y ordenamiento en la miseria–, sin construcción y tiempo vital compartido, sin la presencia (al menos) de un santafesino en las listas, no hay obra pública, hospital, titularización docente o reforma institucional que supere la más cercana sonrisa del dos veces ex gobernador. Y dos: habiéndose presentado de diferentes formas como defensores de lo que se dio en llamar “el campo”, ¿cómo digerirán que el voto rural también haya apoyado masivamente al PJ, hasta en dos departamentos tamberos como Las Colonias y Castellanos, donde Reutemann sacó 20 y 18 puntos de distancia?
El segundo error, el histórico, adquirió su dimensión y su carácter casi irreversible a la luz de los resultados. Como es casi habitual, la plaza lo vaticinó con su crítica. “¡Dejen de joder con las pruebas incompletas y entreguen las que tienen bajo llave para que sean analizadas por la Justicia! Y si no, serán cómplices ante la historia. Si los delincuentes que nos inundaron los acusan de prevaricato, ¡juégensela como nosotros!”, según se pudo oír el último 29 de abril, en el acto por los seis años de la inundación del Salado. El reclamo del movimiento de inundados indica un fondo de inconsistencia en los gestos oficiales. Cuando cierto y eficaz, el gesto, en su presentarse, es indistinguible respecto de lo que significa. Una asistencia, una escucha, una declaración, terminan oliendo a nada (peor, dan lugar a victimizaciones y acusaciones de campaña sucia) cuando todavía no se empeña por entero el esfuerzo en pos de justicia. El gesto que se esperaba era el de un gobernador cruzando la plaza, hacia Tribunales, con las pruebas. En la falta de ese gesto, en esa omisión, se fundó y se sostuvo la intangibilidad pública de la figura de Reutemann.
Al avance del PJ, el socialismo ahora deberá sumar la nueva posición interna que adquirió el intendente de Santa Fe. La sonora –aunque todavía temporaria– derrota del PJ local muestra a su vez las características del proceso de construcción de la fuerza política que triunfó el domingo 2. En casi 15 años, fueron solidificando una mística, tropa, métodos, cuadros, territorio y conexiones propias, a partir de una serie de experiencias cruciales.
Trazando un relato sobre sí mismos algo opaco, aunque aglutinador de ciertas diversidades (ligaron una gestión flexible con precarización laboral y arancelamiento de carreras junto a un alfonsinismo casi compulsivo y la apropiación de la memoria de Juan José Saer y Jorge Conti, por ejemplo), aguantaron a mano firme las riendas de la universidad local, superando la interna que los dividió nacionalmente tras el Pacto de Olivos. Supieron encorsetar, minimizar o desactivar cualquier atisbo de oposición, teniendo el ojo preciso para –sistemáticamente– integrar a los rivales, si son imprescindibles en lo técnico. Manteniéndola como sea, armaron una red que crece todos los años y que cruza todos los estamentos de esa institución. No dudan en el manejo de dos frecuencias radiales. Dialogan con el entorno: fueron ampliando su espectro social a partir de ligarse con los actores de la zona, yendo desde Mc Donald’’s (que rubrica varios carteles de la Reserva Ecológica) al Credicoop (uno de los “padrinos” más importantes), desde el empresario Carlos Fertonani en la peatonal hasta el gremio de estatales ATE en el campus deportivo, por nombrar los más visibles. Su sello está en casi todos los eventos culturales. Solicitaron asesoramiento en reingeniería de gestión y cumplieron con el requisito de mandar militantes a las escuelas de formación de cuadros. Funcionaron como una aspiradora de diseñadores gráficos y comunicadores sociales: su política de imagen pública es de una contundencia implacable. Tuvieron su verdadero bautismo en la inundación de 2003, cuando (quizá con sorpresa) notaron que se habían convertido en la Municipalidad de hecho.
Ahora, seguramente, verán internas y divisiones más feroces que las del pasado (sin contar el próximo recelo del socialismo). Son los precios haber llegado. Felicitaciones, y un reconocimiento por la voluntad, para los militantes de la Franja Morada.
Publciado en Pausa #42