martes, 25 de agosto de 2009

Construcciones

Una lectura sobre dos elecciones: el Reutemann bipolar, las dudas del socialismo y el auge de la Franja Morada.

Por Juan Pascual

Recapitulemos. En las recientes elecciones primarias en Rosario, la cuna del proyecto oficial, triunfó el PJ y, dentro de éste, la línea kirchnerista de Agustín Rossi y Héctor Cavallero: un ex intendente (otrora socialista) bien recordado por algunos en un lugar donde Carlos Reutemann jamás terminó de hacer pie. Cabe recordar que Rosario fue uno de los muuuy pocos departamentos en los que el 28 de junio ganó Rubén Giustiniani. El domingo pasado, por sí sola, la candidata ganadora del Frente Progresista obtuvo 24.200 votos más –6 puntos porcentuales por encima sobre el total de votos efectivos– que el futuro cabeza de lista del PJ. Así que la cosa va a estar bien caliente en las generales del 27 de septiembre.
Por otro lado, hace un mes el 53% del electorado de nuestro departamento apoyó a Reutemann, quien sacó una diferencia de 20 puntos sobre el candidato socialista. Pero hace menos de una semana, los dos candidatos del reutemanismo –en tanto el ex automovilista salió (¿más allá de su voluntad?) en las carteleras de 100% Santafesino junto al joven Sebastián Pignata (cuya mayor virtud política es ser nieto de Alberto Maguid y, por ende, el laborioso apoyo de los empleados y militantes de UPCN) y presentó como línea interna en el PJ a Chiquito Campanella– si hubieran sumado sus votos no habrían llegado ni al 25% del electorado.
De hecho, cada uno de ellos por separado no llegó a igualar la marca del precandidato derrotado del Frente Progresista Cívico y Social (FPCyS), Jorge Henn, quien los superó por 3 puntos porcentuales, también considerando el total de votos. Ni qué comparar con el resultado del Frente Progresista como un todo: sus dos precandidatos más importantes, ambos de cuño radical, sumaron el 44%, contra el 26% y 15% del PJ y del partido del Oscar “Cachi” Martínez. La mitad de los votos triunfadores (22% respecto del total, obviamente) fue a la estrella de la jornada, el secretario de Gobierno de la Municipalidad José Corral. Es más, la presencia territorial del FPCyS fue abrumadora: sólo cayó en El Pozo (34 votos), Alto Verde (294) y La Guardia (49).
Un primer dato: el ya clásico menosprecio de Reutemann respecto de la estructura y militancia del PJ. Como dicen algunos adherentes locales, “cerró durante 15 años al partido... ¿qué va a quedar si el tipo se muere?”. Ungido bajo el calor de la ley de lemas –que fue a la vez un producto de un pacto con un actual compañero de asados, roscas y urnas, su ex contendiente y ahora presidente de Rosario Central, el radical Horacio Usandizaga– y el dedo farandulesco del menemismo, Reutemann le encajó al PJ local una larga ristra de parientes y amigotes, más o menos vinculados con el jet set vernáculo, de todas las edades y de dispar desarrollo cognitivo, parasitando verticalmente la estructura y vaciando la producción de cuadros políticos y técnicos. El partido pagó gustoso el anquilosamiento –bien lo valía el arrastre de esa figura– para desnudarse finalmente en el 2007 como una cáscara a la que se le tuvo que importar un candidato eminentemente porteñizado, Rafael Bielsa. Arrugador nato en los momentos complicados (la presidencia en 2003, el gobierno provincial en 2007), apoltronado en su bancada de senador, todavía se recuerda cómo supo hacerle más de una vez un insidioso acorralamiento interno a Jorge Obeid, con quien alternaba en la Casa Gris. Dicho más cortito, el tipo siempre trabajó –y con mucho éxito– para sí mismo, sosteniéndose en mayores o menores aparatos de asistencia social –en su versión más repugnante está Adriana Cavutto y los galpones de (inutilizadas) donaciones para inundados y en su variante más picaresca los vales por descuentos para garrafas, en la última contienda legislativa– y en un fluido contacto material y espiritual con lo más granado del capital concentrado local: un sojero privatizador.
Por su parte, el socialismo dio cuenta de dos desaciertos: uno coyuntural, otro histórico. El último acaso haya sido la causa del primero.
La más chinchuda agrupación universitaria sabe que un partido encarna en sí mismo una opción de gobierno en el Estado y que para eso hay una sola vía legal: ganar elecciones. Tal vez sin haber meditado conscientemente sobre los tiempos electorales, el FPCyS pareció esperar manso desde el inicio de su gestión a la postulación del tanque suizoalemán pejotista, quizá creyendo que el envión del 2007 se iba estirar, quizá minusvalorando el peso de esa contienda, que al fin se reveló en todo su alcance: se trataba justo de la más importante, la que no se podía perder, contra el rival más significativo a batir. ¿Cómo soportar ahora a Juan Carlos Mercier o a Mario Lacava, más envalentonados que antes, en la Legislatura? Y no pasaron varios años: el socialismo perdió en la primera elección de la gestión. Y fue con mucho ruido: el ganador fue tildado otra vez como presidenciable; el perdedor, en vez de reducir el impacto de la mínima distancia de dos puntos, la embarró feo con aquello del “síndrome de Estocolmo”.
Dos preguntas se abren a partir de los resultados de junio. Una: ¿qué hará el socialismo para anclar de una vez en ese territorio que hoy, con un eufemismo de falsa nostalgia, se llama “los barrios”? Los 20 puntos de diferencia en La Capital se constituyeron, sobre todo, en el oeste de la ciudad de Santa Fe. Eso no puede no indicar una defección y un imperativo de autocrítica. Sin un sistema de porosidad entre Estado y exclusión que reemplace con efectividad al puntero –figura vilipendiada en los medios, la mayor de las veces único canal de asistencia y ordenamiento en la miseria–, sin construcción y tiempo vital compartido, sin la presencia (al menos) de un santafesino en las listas, no hay obra pública, hospital, titularización docente o reforma institucional que supere la más cercana sonrisa del dos veces ex gobernador. Y dos: habiéndose presentado de diferentes formas como defensores de lo que se dio en llamar “el campo”, ¿cómo digerirán que el voto rural también haya apoyado masivamente al PJ, hasta en dos departamentos tamberos como Las Colonias y Castellanos, donde Reutemann sacó 20 y 18 puntos de distancia?
El segundo error, el histórico, adquirió su dimensión y su carácter casi irreversible a la luz de los resultados. Como es casi habitual, la plaza lo vaticinó con su crítica. “¡Dejen de joder con las pruebas incompletas y entreguen las que tienen bajo llave para que sean analizadas por la Justicia! Y si no, serán cómplices ante la historia. Si los delincuentes que nos inundaron los acusan de prevaricato, ¡juégensela como nosotros!”, según se pudo oír el último 29 de abril, en el acto por los seis años de la inundación del Salado. El reclamo del movimiento de inundados indica un fondo de inconsistencia en los gestos oficiales. Cuando cierto y eficaz, el gesto, en su presentarse, es indistinguible respecto de lo que significa. Una asistencia, una escucha, una declaración, terminan oliendo a nada (peor, dan lugar a victimizaciones y acusaciones de campaña sucia) cuando todavía no se empeña por entero el esfuerzo en pos de justicia. El gesto que se esperaba era el de un gobernador cruzando la plaza, hacia Tribunales, con las pruebas. En la falta de ese gesto, en esa omisión, se fundó y se sostuvo la intangibilidad pública de la figura de Reutemann.
Al avance del PJ, el socialismo ahora deberá sumar la nueva posición interna que adquirió el intendente de Santa Fe. La sonora –aunque todavía temporaria– derrota del PJ local muestra a su vez las características del proceso de construcción de la fuerza política que triunfó el domingo 2. En casi 15 años, fueron solidificando una mística, tropa, métodos, cuadros, territorio y conexiones propias, a partir de una serie de experiencias cruciales.
Trazando un relato sobre sí mismos algo opaco, aunque aglutinador de ciertas diversidades (ligaron una gestión flexible con precarización laboral y arancelamiento de carreras junto a un alfonsinismo casi compulsivo y la apropiación de la memoria de Juan José Saer y Jorge Conti, por ejemplo), aguantaron a mano firme las riendas de la universidad local, superando la interna que los dividió nacionalmente tras el Pacto de Olivos. Supieron encorsetar, minimizar o desactivar cualquier atisbo de oposición, teniendo el ojo preciso para –sistemáticamente– integrar a los rivales, si son imprescindibles en lo técnico. Manteniéndola como sea, armaron una red que crece todos los años y que cruza todos los estamentos de esa institución. No dudan en el manejo de dos frecuencias radiales. Dialogan con el entorno: fueron ampliando su espectro social a partir de ligarse con los actores de la zona, yendo desde Mc Donald’’s (que rubrica varios carteles de la Reserva Ecológica) al Credicoop (uno de los “padrinos” más importantes), desde el empresario Carlos Fertonani en la peatonal hasta el gremio de estatales ATE en el campus deportivo, por nombrar los más visibles. Su sello está en casi todos los eventos culturales. Solicitaron asesoramiento en reingeniería de gestión y cumplieron con el requisito de mandar militantes a las escuelas de formación de cuadros. Funcionaron como una aspiradora de diseñadores gráficos y comunicadores sociales: su política de imagen pública es de una contundencia implacable. Tuvieron su verdadero bautismo en la inundación de 2003, cuando (quizá con sorpresa) notaron que se habían convertido en la Municipalidad de hecho.
Ahora, seguramente, verán internas y divisiones más feroces que las del pasado (sin contar el próximo recelo del socialismo). Son los precios haber llegado. Felicitaciones, y un reconocimiento por la voluntad, para los militantes de la Franja Morada.

Publciado en Pausa #42

viernes, 7 de agosto de 2009

Prohibido girar a la izquierda

Las claves de una elección que consolidó el crecimiento de la derecha: los errores en las estrategias de Binner y Kirchner y el advenimiento de la política de las camisas blancas.

Por Ezequiel Nieva

De entre las muchas conclusiones que se desprenden de las elecciones del 28 de junio, hay una que aparece como rezagada de los principales discursos y que sin embargo quizá sea la que mayor interés tiene para el futuro inmediato de la provincia: una provincia donde se está jugando buena parte de la suerte del país. Esa conclusión deriva de la lectura de los resultados de las elecciones legislativas y da cuenta de un claro avance de la derecha, que por primera vez desde abril de 2003 logró imponerse al mismo tiempo en los principales distritos electorales: provincia y ciudad de Buenos Aires y provincia de Santa Fe incluidas. (Córdoba emerge como la única provincia de peso en que el kirchnerismo cayó ante una opción progresista y no ante una conservadora).

Aunque la consolidación de la derecha no puede interpretarse como un fenómeno aglutinante a nivel nacional –al fin y al cabo los vencedores no conformaron un cuadro de unidad, ni a nivel de estructura ni en lo programático–, la sensación imperante el 29 y los días siguientes fue que está más abroquelada que el progresismo. De ahí la necesidad de una construcción que se proponga al menos dos postulados de mínima: consolidar los avances que en materia de equidad y de bienestar social se produjeron desde 2003 y contrarrestar el embate del triple combo Macri-De Nárvaez, Reutemann y Duhalde, que aparecen como las opciones más viables hacia la restauración neoliberal.

Ese doble objetivo sólo puede tener éxito si se apoya en un postulado de máxima: disputarle el poder formal a la derecha en el –cada vez más cercano– 2011. Algún tibio avance se percibió en los meses previos a las últimas elecciones: el acercamiento entre Hermes Binner y Luis Juez, el crecimiento de las fuerzas alternativas que, sin renegar del kirchnerismo, han expuesto la necesidad de ir por más partiendo de la base construida en el último lustro (el ex intendente de Morón, Martín Sabatella, aparece como referente de esos espacios) y el no menos importante crecimiento de un sector que en la ciudad de Buenos Aires desplazó a la ex Coalición Cívica al tercer lugar: Proyecto Sur, con Pino Solanas a la cabeza, el mismo que desde el ala izquierda del peronismo alzó su voz –casi dos décadas atrás– contra la fiesta de las privatizaciones y el desguace del Estado.

Aquel discurso, entonces marginal, ganó relevancia conforme se avizoraban los resultados de las políticas neoliberales de los 90. En los últimos seis años hubo otro discurso que se ubicó en el centro del debate político: un discurso que volvió a hablar del rol del Estado, de la necesidad de intervenir en la economía y de la redistribución de la riqueza. Los resultados del 28 difícilmente puedan leerse como el principio del fin de ese discurso; las expresiones políticas que vencieron al kirchnerismo ya habían decidido, antes de la campaña, presentarse como asépticas ante un electorado repolitizado –los intensos debates del año pasado en torno a la política agropecuaria son una prueba del fenómeno– y a la vez hastiado de la discusión pública. “Nosotros no somos ellos”, fue la frase que no dijeron Francisco De Narváez ni Gabriela Michetti y que sin embargo resume sus discursos de campaña.

Carlos Reutemann basó su estrategia en despegarse del kirchnerismo, y quizá allí esté el principal error de Rubén Giustiniani: forzar al Lole a definirse –algo que, de todos modos, no le costó demasiado– con la esperanza de que el electorado eligiese no apoyar a un dirigente cuyas convicciones están atadas al humor circunstancial de las mayorías. El frente que gobierna la provincia decidió que con recordar ese hecho –el efímero y ya apagado fervor de Reutemann por el matrimonio K– y unirlo a otro recuerdo –las políticas económicas de las gestiones del ex piloto cuando fue gobernador– bastarían para que Giustiniani se alzara con el triunfo. Las urnas demostraron que no y, tal vez, también demostraron que una estrategia más tradicional podría haber tenido más éxito: confrontar las gestiones de los dos senadores que iban en busca de su reelección, forzar un debate no ya de pertenencias o simpatías partidarias sino de proyectos concretos de cara a un futuro que, en este rincón del mundo, se presenta azaroso.

LOS ERRORES K. En Santa Fe el candidato de Binner obtuvo más del 40% de los votos. En Córdoba se impuso Juez, pero con poco más del 30%. En Buenos Aires la ciudad Pino Solanas obtuvo un histórico segundo lugar pero no llegó al 25% de los votos. Y en Buenos Aires la provincia Sabatella sorprendió, no con su cuarto puesto sino con el volumen alcanzado: 10% del electorado, sin estructura y con una miseria invertida en la campaña, en la elección que los grandes medios vienen denominando desde hace años como “la madre de todas las batallas”.

Salvo Juez, todos cayeron ante opciones que se opusieron al kirchnerismo por derecha: Reutemann, Macri-Michetti y De Narváez-Solá. Por eso no sorprendió que, unos días después de perder las elecciones y entregar la conducción del Partido Justicialista, Néstor Kirchner haya elegido al Lole como blanco de sus bravatas: “Esto no es una carrera de automóviles ni un partido de fútbol. Acá estamos para construir un país distinto. Ya lo veremos disputando por las ideas del país, si es que tiene alguna idea”. Es que Reutemann representa, en 2009, lo que Cobos representó en 2008, y los dos aspiran a convertirse en opciones en 2011. (Ambos –Reutemann y Cobos– retuvieron o mejoraron sus cuotas de poder en sendas alianzas con el kirchnerismo: el ex piloto en la última elección de la que había participado antes del 28; el vicepresidente en 2007).

Cobos llegó a su actual puesto aliado con el matrimonio K desde su gestión como gobernador de Mendoza, pero a la primera tormenta fuerte abandonó el barco y se dedicó a cultivar ese perfil presidenciable que tanto centimetraje ocupa en los diarios. Reutemann, en cambio, se valió de los votos K en 2003 para –ley de lemas mediante– llegar al Senado tras un controvertido segundo mandato como gobernador: las muertes en Rosario en diciembre de 2001, la inundación de abril de 2003, su fallido apoyo a Menem –por tanto contra el binomio Duhalde-Kirchner– en las presidenciales de ese año parecían haber sellado su suerte. Y sin embargo ganó aquella elección y logró que su socio Jorge Obeid –que entonces se proclamaba kirchnerista a los cuatro vientos– se impusiera ante Binner, a pesar de haber obtenido menos votos que el socialista (un escenario casi idéntico al de 1991, cuando Reutemann hizo su debut en la vida política santafesina).

Reutemann pasó los primeros cinco años de su gestión como senador nacional en un silencio casi absoluto; el conflicto por la renta agraria lo despertó del letargo y al reaparecer en el debate público se definió como “un productor” afectado por las políticas fiscales del gobierno nacional. A los votos no positivos de Cobos, Reutemann y otros 31 senadores siguió una errática redefinición de alianzas que tuvo en el ex presidente su principal operador: surgieron los mismos apoyos de siempre –la CGT de Moyano, algunos intendentes del conurbano bonaerense y sectores de la burocracia partidaria– que, lejos de mejorar las expectativas de Kirchner, le pusieron un techo que acabó asfixiándolo.

Como ocurriera con las retenciones móviles, la estrategia de alianzas del ex presidente también tuvo su toque de queda en el Congreso: Felipe Solá encabezó una de las huidas; Reutemann –rápidamente escoltado por Obeid y sus diputados– otra; Cobos ya había hecho lo propio. ¿Era tarde para que el kirchnerismo buscara aliados en otros sectores? Es una pregunta retórica. El embate de la derecha, amplificado como nunca por los principales medios porteños –el dato no es casual: está en juego una nueva ley de medios que persigue, entre otros muchos puntos, limitar el poder y la concentración de la propiedad de radios y canales–, se centró en la figura de Kirchner pero salpicó a cuanto discurso progresista circulara en el espacio público. (Ahora K ya no controlará tampoco el Congreso).

Las llaves para abrir una nueva construcción que detenga ese embate están en manos de Binner, de Juez, de Sabatella, de Pino Solanas y del propio Kirchner. Son ellos –los distintos frentes progresistas que se construyeron en los últimos años en los más diversos rincones del país y lo que quede de kirchnerismo con contenido político sustentable (ya está visto que a las huidas de Reutemann y Solá seguirá seguramente la de Daniel Scioli)– los que pueden crear un espacio de entendimiento que parta de los avances del último lustro como piso y que se imponga un techo más alto de lo que se discutió, en público, en la última campaña. De lograrse ese encuentro el panorama habrá quedado un poco más claro y la multitud de dirigentes que forman parte del nebuloso Acuerdo Cívico y Social comandado por Elisa Carrió sabrán de qué lado ponerse en 2011.

LOS ERRORES B. La pregunta retórica consignada antes tiene como sustento una declaración reciente de Néstor K sobre Reutemann: “Sería importante que aclarara su participación en los hechos de 2001, en las inundaciones de Santa Fe y todos aquellos problemas que hubo en Rosario”. La frase fue pronunciada después de las elecciones. Obviamente, ya era tarde para todo excepto para aclarar posiciones. Y el reto, por sí solo, tampoco bastará para que los santafesinos identifiquen en el ex presidente un referente del progresismo que resiste con sus conquistas el embate restaurador que el Lole representa. Sólo un entendimiento más amplio –algunas veces ensayado y nunca puesto en marcha– que incluya definiciones comunes en lo programático tanto a nivel nacional como provincial podrá ser leído como una estrategia seria de cara a 2011: la tan mentada concertación que los Kirchner pergeñaron y que, a la fecha, les ha traído más sinsabores que otra cosa.

La primera reacción del gobernador no fue feliz: atribuyó al Síndrome de Estocolmo la paliza que Reutemann le propinó a Giustiniani en la capital provincial. Binner luego pidió perdón por haber apelado al argumento de la víctima que acaba por enamorarse de su victimario –que fue el paralelo planteado para intentar explicar por qué Reutemann ganó en la ciudad inundada bajo su gestión–, pero ya era tarde. El desliz sólo sirvió para regocijo del PJ, cuyos dirigentes en masa salieron a criticar al socialista, incluso después de las disculpas (en el amplio abanico de pronunciamientos se destacó la propuesta de la concejala Alejandra Obeid de declarar a Binner “persona no grata”).

Con menos impacto en los medios, otro dolor de cabeza se le presenta al socialismo: la gobernabilidad. El diputado provincial Darío Boscarol (UCR) le dijo a Rosario/12: “Hay algunos actores del PJ, no todos, que han demostrado cierta madurez en la Legislatura y entienden que no hay que destruir al adversario que tienen enfrente para convertirse en alternativa en la provincia. Se puede encontrar un espacio de relación y convivencia con el justicialismo, pero si no se logra va a ser muy difícil sacar alguna ley en los dos años que quedan de gobierno. Será muy difícil gobernar buscando leyes esenciales, cuando una de las cámaras (el Senado) está en manos de la oposición. Esto genera una intranquilidad en el oficialismo”.

Tras el fallido Estocolmo, otros voceros del Frente Progresista buscaron instalar la idea de una “gran elección”, argumentando lo parejo de la disputa Reutemann-Giustiniani y el fuerte envión que supuso la participación de Binner en la campaña, que al arrancar mostraba al ex piloto muy por encima de su rival (de 10 a 20 puntos según distintas mediciones). “Estamos muy satisfechos porque hicimos una gran campaña: más del 40% de la ciudadanía aprobó y apoyó nuestra propuesta, si bien nuestro objetivo era ganar las elecciones. Pero si analizamos el desarrollo de esta campaña y cómo estaba instalado Reutemann a través de los medios nacionales, fundamentalmente de las grandes corporaciones mediáticas, nosotros hicimos una elección muy buena”, declaró el presidente de la Cámara de Diputados de la provincia, el socialista Eduardo Di Pollina.

La tesis de una elección reñida “voto a voto” se acomoda mejor a los intereses del frente de gobierno, que ahora deberá encarar la segunda mitad de su gestión con el lastre de haber perdido el primer desafío electoral desde que ganó la provincia en 2007. En esos comicios, el actual mandatario se había impuesto a la fórmula Bielsa-Galán por 10 puntos. Pero en el departamento La Capital Binner no ganó: logró 112 mil votos contra 115 mil de Rafael Bielsa, apadrinado entonces por Obeid y, casi a disgusto, por el propio Kirchner (su candidato “natural”, Agustín Rossi, había caído en las primarias ante el ex canciller). En esa elección, como en las de 2005, Reutemann se había declarado prescindente. Este año el Lole obtuvo en el departamento –que, hay que aclararlo, no es solo la ciudad de Santa Fe– 138.256 votos (53%) contra los 86.391 (33%) de Giustiniani. Unos 25 mil votos menos para el Frente Progresista si se compara con la elección que llevó a Binner al gobierno. ¿Es un castigo a la gestión de Binner o es simplemente que Giustiniani no es Binner y que el “arrastre” –del que tanto le gusta hablar a Reutemann– es una cosa más bien improbable?

Tal vez esta segunda hipótesis se acerque más a la realidad: basta extender la misma comparación a los resultados de 2007. La fórmula Binner-Tessio logró 864.524 votos (48,71%) contra 688.197 del PJ (38,78%). Esto es: la reaparición del Lole supuso para el peronismo provincial mejorar en casi cuatro puntos aquella marca, mientras que el Frente Progresista cosechó ocho puntos menos que entonces. Dicho de otro modo: sin Binner en las boletas, hubo 710.580 votos para Reutemann y 682.614 para Giustiniani. Son apenas 20 mil votos, y poco más, los que sumó el Lole respecto de Bielsa. Y 180 mil menos para Giustiniani ahora que para Binner entonces.

En aquella elección se había registrado un fenómeno particular: hubo más apoyo para la figura del candidato a gobernador que para sus compañeros de fórmula (candidatos a diputados y senadores provinciales, intendentes y concejales). Un ejemplo: 864.524 personas votaron a Binner como gobernador mientras que la lista de diputados del Frente Progresista obtuvo 790.927 (44,57%, es decir: cuatro puntos menos), un número que se acerca más a lo sumado por Giustiniani este año. Binner logró 75 mil votos más que su lista de diputados y ese desgrane se tradujo en otro fenómeno anexo: en el resto de los partidos sacaron más votos los candidatos a diputados que los candidatos a gobernador, de lo que se desprende con claridad una fuga de votos no-independientes a favor de Binner.

¿Binner podría haber logrado que esos votos –o al menos algunos– fueran para Giustiniani? Es improbable. En cambio, es más probable que otra estrategia de alianzas lo hubiese favorecido. Por caso: el Partido Comunista, que aún forma parte del Frente Progresista, decidió abrirse de la coalición en las elecciones nacionales –no hará lo mismo en las comunales– y apoyó las candidaturas de Proyecto Sur. La fuerza que conduce Pino Solanas obtuvo en la provincia el 3,54% (58.662 votos) en diputados (con Carlos del Fradea la cabeza) y 2,53% (42.588 votos) en senadores: aún computando ese porcentaje de mínima como caudal propio, a Giustiniani le bastaba para vencer a Reutemann.

Cuando decidieron ir por fuera del Frente Progresista, los dirigentes del PC explicaron su desacuerdo con el acercamiento de Binner y Giustiniani a la Mesa de Enlace. El propio Solanas dijo, la noche del 28, que su crecimiento estaba directamente relacionado con la radicalización de su discurso: “Es un triunfo del auténtico progresismo, que nosotros representamos”. El dardo, que puede entenderse dirigido al Acuerdo Cívico de Carrió –que llevó a un ex colaborador de Domingo Cavallo, Alfonso Prat Gay, como primer candidato– e incluso al candidato K Carlos Heller, también se oyó en Santa Fe. El embate de la derecha y el retroceso del progresismo son escenarios posibles en 2011; de la sociedad dependerá si es así o al revés.

Publicado en Pausa #40