viernes, 25 de julio de 2008

Qué pueblo, qué conflicto

Por Juan Pascual

Fuera de todos sus relatos biográficos, la razón última del famoso voto del vicepresidente se expresa en una sola frase, que no le pertenece. “Esta ley no soluciona el conflicto”, dijo Julio Cobos en esa madrugada; toda la semana previa Mario Llambías, líder de las Confederaciones Rurales, había usado los mismos vocablos. Incluso pocas horas antes de la votación, en el acto del monumento a los españoles, repitió la consigna: “una cosa son los votos y otra cosa es la solución del conflicto. Pongan huevos señores senadores”.
El enunciado no significa poco: el “conflicto” no es algo que se da por obra de las fuerzas de la naturaleza, como un terremoto o un huracán. Y una “solución” no tiene por qué significar solamente la imposición del propio reclamo. Dentro de esa misma naturalización, en el mismo escenario, con la concisión que caracteriza a quienes están acostumbrados al mando, Luciano Miguens, de la Sociedad Rural, pudo decir que “ganemos o perdamos mañana, esta medida no va a poder continuar”.
Miguens y Llambías sencillamente daban cuenta de lo que las entidades (ellos mismos) iban a promover en las rutas. Si el conflicto existe naturalmente, naturalmente la medida no va a poder continuar porque, naturalmente, florecerán los cortes de ruta. Entonces, es lógico que el propio Miguens acabara de inmediato el asunto en el fin de semana: “El conflicto terminó”, anunció a los medios (y al resto de sus aliados). Fin y principio del conflicto, por ende causas y motivos, estuvieron trazados por los ruralistas. Cobos no hizo más que agregarle una línea a ese texto.
¿Qué hubiera pasado si el vicepresidente hubiera ratificado la resolución 125, modificada en la cámara baja? ¿Cobos le hizo bien a la república porque propuso el tratamiento legislativo del tema, porque participó en su debate o porque votó en su contra? ¿Hubiera sido, de todos modos, el adalid de la democracia y del pueblo si votaba en línea con el poder ejecutivo, del que es parte? ¿El hecho democrático radica en el tratamiento parlamentario o en el resultado de tal tratamiento? Para estas preguntas es preciso recordar la tarde previa a los discursos del senado. Frente a 300.000 personas De Ángeli dijo que “a los señores gobernadores que se pusieron del lado del campo, a los legisladores nacionales y a los intendentes: se van a poder pasear tranquilamente por su pueblo que el pueblo los va a agasajar y les va a reconocer. A los otros... ¡los otros perdieron la libertad!”.
El “pueblo” tampoco es una entidad natural. No preexiste a cómo se articule su sentido, cosa que tampoco es neutral. ¿Adónde empezaba y terminaba el pueblo argentino en 1800? ¿Y en 1809, 1811 o 1817? ¿Eran parte del pueblo argentino los bonaerenses, durante los tiempos de Urquiza? ¿Son argentinos los muertos que se festejan en una efigie y en un paisaje plasmados en el billete de 100 pesos?
Cual sea la definición de “pueblo”, quién la produzca, cuáles sean sus alcances y, sobre todo, quién queda afuera de ese planteo son cuestiones fundamentales para entender la racionalidad de un orden político, sus límites y sus fuerzas inmanentes. Bajo el “pueblo” se encuentra un colectivo superpuesto con el objeto de la acción del Estado, los habitantes en sus relaciones sociales. Y es el nombre de “pueblo” el que legitima las cisuras que el Estado produce en la sociedad, los abismos que surcan como rayos al cuerpo de la población.
El resultado de esta primera escaramuza por la renta agraria -cuyo campo de combate tuvo tres trincheras: la pantalla (del cable y de la cadena nacional), las rutas tomadas y las góndolas vacías o remarcadas- se cifra en el significado de “pueblo” y en la ubicación del “conflicto”. En las tres trincheras el gobierno equivocó todos los modos y modales (véase Pausa #1). La extemporánea actuación de la Gendarmería (que marcó el paso de la resolución al Congreso) y la (al menos) inerme posición frente a los oligopolios de producción y distribución alimentaria, de Quickfood a Molinos o Coto, en pos de controlar la inflación (acelerada por el desabastecimiento) sólo quedan por debajo de la alelada indiferencia frente al lenguaje de la videopolítica (que, guste o no, es una realidad ineluctable).
Las plazas televisadas no resisten la tragedia interna del PJ en la parafernalia de sus carteles; promueven una imagen de formas homogéneas y espectaculares. Más allá de sus orientaciones, la cacerola, la represión y las asambleas de 2001 (circunstancialmente, también los piquetes), las velas y el rostro de Blumberg, las banderas argentinas en 2008 comparten este lenguaje. Es que todo lenguaje es a la vez un límite y (por ello) una posibilidad. Justamente, eso quiere decir que no por gritar más alto un grupo de eslovacos van a comprender el castellano.
Por TV, el “pueblo” del gobierno quedó reducido a la figura del negro (véase Pausa #4) arriado al acto por un choripán y su “conflicto” se significó como un delirio setentista que poco tenía que ver con la así llamada situación de los pequeños y medianos productores. “Crispación” fue el término elegido para aunar los dos términos. Bastante interés mostró el gobierno en dejarse ubicar y en ubicarse en esa posición.
Y así, punto por punto, el “pueblo” y el “conflicto” del ruralismo ganaron el espacio de la conciencia cívica, del saber técnico, de la mesura fraternal. El tipo de significados que construyeron sí respetaban y se nutrían de los marcos del TV, del proceso de la protesta rutera y del horror de los consumidores urbanos por volver a 1989. La forma de naturalizar los sentidos de “pueblo” y de “conflicto” explica tanto la posibilidad de las citas referidas más arriba como el sonriente respeto reverencial de Joaquín Morales Solá, que rompiendo una regla elemental del oficio, como la repregunta, aceptó como dato cierto un aumento del 400% en el glifosato (al momento, la revista del sector consignaba un 68,2%. Y el herbicida compone cerca del 4% del costo total).
En el reverso de las dos articulaciones también estaban las consignas de la mesa de enlace: suspender la resolución 125 (causa única del “conflicto”) porque, en un muy lejano segundo lugar, podía afectar negativamente a los pequeños chacareros (núcleo de identificación del “pueblo”). Sobre estos dos puntos se articularon desde el históricamente devastador mito de la argentina granero del mundo hasta la nueva figura de una especie de tecnogaucho de gorrita, súperarado y siembra directa bajo el dictado de un paquete tecnológico transnacional (véase Pausa #9).
Ya empiezan a retirarse los cadáveres del campo de batalla (De Urquiza y Fernández fueron los primeros) y se inicia el trazado de las nuevas fronteras. Es el momento en que de las justificaciones a través de la opinión del “pueblo” y de los análisis producto de la naturaleza del “conflicto” se pasa a las regulaciones sobre la vida de la población. Es el momento en donde afloran los distintos límites internos concretos y en donde surgen algunas incógnitas.
Hoy, todos los productores pagan el 35%. Alegan preferir eso a la burocracia de las compensaciones. De todos modos, así se impone más aún el más eficiente (el más grande), perdurando el modelo sojero de Duhalde y Kirchner. En un futuro, en lo que surja de la negociación de una nueva curva de la alícuota, el beneficio para los pequeños y el ajuste para los grandes ¿será mayor, menor o igual a lo pautado en la 125 (fuera de todas las mejoras técnicas), o bien se considerará “mediano” a quien venda 3000 toneladas anuales? Alguien que con una sola cosecha tiene ingresos por $3.300.000, ¿no es un grande? ¿Qué representa la Federación Agraria? ¿Cuál es el precio a pagar por sentarse a la mesa con La Rural?
O más exactamente: ¿cuánto tiempo pasará antes de que implote el “pueblo” que supo construir esa mesa?

Publicado en Pausa #11, viernes 25 de julio de 2008

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Construcciones

Por Claudio Chiuchquievich

Hace cinco años vengo escribiendo acerca de algunas acciones que despiertan múltiples análisis, expresando algunas proposiciones interpretativas que, en virtud de lo ocurrido desde hace un lustro, hoy me permito compartir. Decía así aquella proposición interpretativa:

Algunos “errores”
que se cometen según
la lógica dominante imperante
son los “aciertos” estratégicos
que nos distinguen
de aquellos que decidimos superar.

Y sólo se llega a esta circunstancia cuando se la desea, se la imagina, porque se la proyecta, se la fuerza y existe capacidad para construirla.
Se acierta y se cometen errores en el intento. Y nadie mejor que quienes acometen esos actos (pienso en las Madres de Plaza de Mayo... hoy digo Marcha de las Antorchas) para comprender las razones que los explican.

Nunca han sido tibias/os
a la hora de ser profundos
al momento de escrutarse,
cuando se hace necesario despojarse
aún de los prejuicios compartidos
para intentar abordar la propia realidad.

Por eso digo desde hace un tiempo que algunos “errores” que se cometen según la lógica dominante imperante son los “aciertos” estratégicos que nos distinguen de aquellos que decidimos superar.
Desde hace cinco años, tenemos la oportunidad de comprobar cómo los integrantes de la Marcha de las Antorchas se aventuran a hacer lo que no está permitido:
se atreven a desafiar lo trillado conocido;
abordan políticamente esa instancia construyendo una nueva estética;
dicen con el cuerpo todo cuando el resto tan sólo trata de coordinar la vista con la voz;
acceden al misterio de provocar conmociones entre quienes ya ni esperaban ser sacudidos en esta ciudad casi tan sin sorpresas como la que vivís;
echan a rodar claridades de compromisos inclaudicables que no se pactan con ningún candidato de ocasión;
demuestran que todavía existen quienes nos ofrecen su respeto cuando suben a un escenario para tomar la palabra;
apelan a lo innegable que cada uno debe aceptar;
generan la envidia de los que habitualmente ocupan esos lugares sin generar una sola emoción;
responden a los teóricos qué es construir ciudadanía;
nos hacen sentir a todos que nos enorgullece comprobar cómo cabalgan su propio camino;
que la verdad que enarbolan está racionalmente explicitada, pero que en el camino no han perdido la pasión...
Debe ser por eso que decía Piglia en Respiración artificial: “La pasión es el único vínculo que tenemos con la verdad”. Esa pasión que es el producto del deseo: el de justicia... Y debe ser por aquello que dijo Chaplin en Candilejas: “La vida es un deseo, no un sentido”.

Pero... ¿saben qué?
Nada nos separa de la conciencia
cuando se siente lo que se hace...
que es así como se construye sentido.

Y tiene sentido lo hecho. Porque proviene del asco que nos produce convivir con:
la mentira organizada (nunca tan patética),
el silencio cómplice (jamás tan audible),
el temor de los hipócritas (latente, abundante y explícito).
Por eso tantos ingenieros de la política trillada les tienen miedo. Porque les enrostran lo que no tienen Y lo que sus pactos les impiden hacer para lograr lo que ustedes despiertan, provocan y disparan en aquellos que acuden a los sitios en los que ustedes accionan con la potencia que despliegan aquellos que saben reconocer en sus debilidades la propia fortaleza.
Eso es construir poder, no ser un poderoso. Eso que decía Roberto Arlt: “Los aparatos políticos otorgan muchas cosas, poder, por ejemplo; pero no inteligencia, que es su creación y no su mera acumulación burocrática”.
Esto es lo que hacen ustedes: construyen poder, accionan con razones, traccionan despertando confianzas, lo asumen con plena conciencia, exponen el pellejo en el ruedo, despliegan certezas que invitan a lo posible, nos demuestran que es realizable, asumen los costos de sostener dignidades, se crecen desvergonzadamente alegres... Por todo eso, muchos les tienen miedo.

Allí está su exposición, la de ellos.

En cambio, de su lado: los valores, los datos que demuestran complicidades o corrupciones, la entrega y la miserabilidad que ellos han construido comprando silencios. De su lado: la potencia de la voluntad de sentirse dignos.
¿Y saben qué?
Además, ustedes no sólo a los que mienten decencias asustan.
Además, ustedes a los que se sienten decentes los asombran; a los que jamás juegan su honestidad los sorprenden; a los que asistieron ayer a la Plaza los traccionaron; a todos los que concurrieron al acto los convencieron.

Por eso digo:
Nada nos separa de la conciencia
cuando se siente lo que se hace...
que es así como se construye sentido.

Y ustedes consiguen plasmar tan desmesurado objetivo: construyen sentido.
Y repito: tiene sentido lo hecho porque proviene del asco que nos produce convivir con:
la mentira organizada (nunca tan patética),
el silencio cómplice (jamás tan audible),
el temor de los hipócritas (latente, abundante y explícito).
Por todo eso me atrevo a decirles desde un orgulloso “nosotros” que es deseable construir.
Nos queda la experiencia para aprender de los errores.
Se descubrieron capaces de acertar aún en la derrota... y esa es su mayor riqueza.
Se encuentran serenos, y eso cuenta de sus certezas.
Se midieron desde un nosotros que nació entre ustedes, y eso habla de lo que provocan.
Se han jugado sabiendo el resultado, y eso contagia a los descreídos.
Se expusieron (y se exponen) a perder sus laburos, y eso abochorna a los tibios de siempre.
Se animaron a estar en la lista negra del poder, y eso hizo que “ellos” (nunca como hoy) estén tan “marcados”.
Se permitieron el ejercicio del tropiezo, y eso les enseñó de las piedras que aún quedan por superar en el camino.
Se sintieron responsables y se hicieron cargo de lo que les cabe, y eso nos hace sentir que estamos vivos.
Se han visto decir lo que no se perdona en esta comarca en la que todo tiene precio, y todos nosotros podemos dar fe de que no nos han mentido cuando hablan de valores.
A ustedes, hombres y mujeres de la Marcha de las Antorchas, les digo:

Nos espera lo mejor.
Lo peor ya fue destruido.

¡Salud!, compañeros.
A no aflojar en tamaño desafío.

Publicado en Pausa #11, viernes 25 de julio de 2008

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viernes, 11 de julio de 2008

¡Sembrad las semillas de celular, maquiladores del surco!

Por Juan Pascual

Varios argumentos producidos desde diferentes posiciones quedaron flotando después del fárrago de presiones, apretadas y persecuciones diversas alrededor del tratamiento en las cámaras nacionales de la resolución 125. Uno de ellos es un cálculo económico inapelable: la ley actual no contempla una eventual escalada en los costos de los insumos agrotecnológicos, como las semillas, los fertilizantes y los herbicidas.
Mosaic (una fusión de Cargill e IMC Global) y OCP controlan el 70% de los fertilizantes fosfatados y potásicos que se utilizan en Brasil (además, Mosaic es la líder mundial en la producción de los mismos y Cargill es el mayor exportador agropecuario de la Argentina). Hace un mes, Reinhols Stephanes, ministro de Agricultura de Brasil, anunció como parte de su política la estatización parcial de la producción del insumo, vital a la hora de lograr los inverosímiles rindes actuales de la tierra.
Quizás hayamos olvidado la exacta dimensión de un Estado nacional que, en un momento de nuestra historia, comandaba toda una serie de empresas, fuera de que muchos recordemos a Aerolíneas Argentinas, a los ferrocarriles o a ENTel en su ineficacia y en sus déficits. Sí es un hecho que, en general, se desconoce que estas empresas no siempre funcionaron así: la YPF de Mosconi supo competir y desplazar al gigante de su época, Standard Oil (más conocida por su posterior nombre, Exxon).
También debiera formar parte de este elemental relato de historia económica el indicar cómo, sobre todo desde la última dictadura en adelante, se fueron transfiriendo masivamente pasivos a dichas empresas (o computando como tales a las compras de capital), mientras se reducían hasta lo ridículo los salarios de los cuadros técnicos, los empleados responsables y capacitados para el buen funcionamiento. Así, poco tiempo tuvo que pasar para que los horarios de llegada de los convoyes de hierro o la adecuación tecnológica de las comunicaciones fueran hilarantes ficciones. Finalmente, hasta la extracción y refinamiento de petróleo dieron pérdidas. Esta última enumeración, un clásico aprendido en los ’90, es una parte de los resultados de una (alevosamente organizada) política sistemática de vaciamiento. La otra parte es peor.
La doctrina privatizadora solidificó la idea de que el Estado sólo debe ser una entidad desde donde emanen algunas pocas regulaciones sobre la competencia mercantil. Y disolvió una de sus principales funciones (que provenía, justamente, del peso de las empresas públicas): la de intervenir como un productor y distribuidor concreto. El complejo ferroviario, por ejemplo, no sólo reparaba material rodante: construía el “modelo” de los vagones como elemento para la fijación de un precio guía, necesidad básica para una licitación cuyas bases no sean propuestas por los mismos vendedores.
De ese modo, en gran medida, nuestro Estado (la institución política pública) entregó el conocimiento técnico y la capacidad organizativa sobre todas las áreas clave de la economía. Luego, las decisiones políticas públicas quedaron totalmente enajenadas (hasta por principio) en un saber y una fuerza que es pura propiedad privada. Y dicho saber y fuerza no son a la fecha los mismos que hace 20 años. Ni que hace 10.
La complejidad de la tecnología agropecuaria ha provocado un vuelco completo en el trabajo rural. Cultivar la tierra ya poco tiene que ver con la naturaleza y sus tiempos o con las manos callosas y los tronantes tractores. Fertilizantes, semillas y herbicidas son claves en la duplicación histórica de los rindes por hectárea. En Mosaic, Syngenta y Monsanto, en el poder de su capacidad de creación tecnológica, está el verdadero mando económico sobre el modelo agropecuario (véase Pausa #1). Estas tres multinacionales integran, organizan y posicionan dentro de sí a todo aquello que se les relacione: desde el precio de la tierra hasta el tamaño de la tolva. Cuánto, cómo, a qué escala, con qué y a qué precio se produce varía de acuerdo a qué nuevo organismo genéticamente modificado (OGM) sea la novedad.
Ineluctable mercancía: la única forma de no ser absorbido dentro de este régimen de innovación acelerada es sencillamente salir del esquema productivo, por marginalidad o por simple desaparición. Cuando Monsanto logró que la soja GM resistente al agroquímico Roundup fuera autorizada en Argentina, en 1996, se cultivaron 37.000 hectáreas con esta semilla. El maíz BT (genéticamente protegido de los insectos) comenzó su camino local en 1998, en 13.000 hectáreas. Ambos cultivos en 2005 cubrían 14.058.000 y 2.008.000 hectáreas, respectivamente. Hoy la soja RR, un producto cuya hidalga y telúrica tradición nacional tiene poco más de 10 años, cubre más de la mitad de la superficie cultivada: 16.900.000 hectáreas. Total mando: sólo un movimiento de este capital tecnológico implica aumentos o descensos de los precios de la tierra y los arriendos, produce variaciones relativas y absolutas de los rindes, induce cambios frenéticos de centenarias tradiciones productivas, exige la transformación de todas las herramientas de siembra, cosecha y almacenado y profundiza su capacidad de explotar toda la masa de trabajo que está bajo su égida.
Cuando Eduardo Buzzi afirma que la 125 no contempla el aumento de los costos de producción (más allá de que, en la soja, falte mucho o menos que mucho para que se pierda la rentabilidad concreta actual) también realiza un pase mágico: expone y oculta, simultáneamente, cómo el sector agrícola más dinámico, con mayor renta y mayores ganancias, es en verdad un subsistema dependiente de estas multinacionales. Expone un cálculo económico elemental. Silencia la total entrega al mando tecnológico.
El diseño biogenético y el desarrollo químico hicieron de las antiguas plantas, abonos y desmalezamientos una única entidad más cercana a la tecnología requerida para producir un celular que a otra cosa. A la vez, los antiguos productores y dueños de la tierra pasaron a ser, en el fondo y gustosamente, unos súperbienpagos armadores de televisores de granos, por medio de la industrialización de una serie de procesos dominados ya no por la naturaleza sino por la innovación técnica que manejan los verdaderos dueños del mercadito.
Hay que develar que el punto hoy no está en los subsidios ni en levantar deudas hipotecarias, porque la dádiva nunca es mucha y siempre se olvida. Tampoco se trata de impuestos o control de precios, porque la regulación siempre se trampea, primero en su legitimidad y luego en su efectivo cumplimiento. Simplemente, se trata del control efectivo. Si lo público, lo colectivo o la comunidad (sea bajo la forma Estado u otra) pretenden recuperar una voz de mando estratégico en la economía, uno de los lugares a apuntar es éste. Hasta tanto esto suceda, el grito sordo y profundo del capital tecnológico será uno solo: “¡Sembrad las semillas de celular, maquiladores del surco!”.

Publicado en Pausa #9, viernes 11 de julio de 2008

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